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miércoles, 30 de mayo de 2012

Revisionismo Histórico (Parte III)

Desde sus inicios puede detectarse un "revisionismo de derecha" y un "revisionismo de izquierda". El primero pondrá el énfasis en el Rosas amante del orden, defensor de la soberanía nacional, aferrado al catolicismo en contra de la difundida masonería de su época. El segundo es representado por quienes compartían la opinión de la columna vertebral del revisionismo progresista, José María Rosa: "El gobierno de Rosas puede llamarse socialista. La Confederación Argentina con su sufragio universal, igualdad de clases, fuerte nacionalismo y equitativa distribución de la riqueza era tenida como una verdadera y sólida república "socialista" adelantada al tiempo y nacida lejos de Europa".

Belgrano frente al Ejército del Norte
Uno de los cuestionamientos del revisionismo es que se ignora el protagonismo de la "chusma" en las vicisitudes nacionales. Es la crítica que el provincianista Dalmacio Vélez Sarsfield le formula a Mitre a raiz de su biografía de Belgrano imponiéndole que el verdadero protagonista de la campaña del Ejército del Norte fue la "plebe" y no aquel intelectual brillante que aborrecía los asuntos de guerra. Por ello fue inevitable que los jefes populares como Rosas, los caudillos provinciales y altoperuanos, Dorrego, Artigas, Güemes, también el Alberdi final, el Pellegrini industrialista o el Saenz Peña americanista, asimismo el populismo antiimperialista de Irigoyen y de Perón queden postergados o jibarizados en la historia oficial a expensas de la exaltación de aquellos funcionales al proyecto desnacionalizador, porteñista y autoritario como Rivadavia, Sarmiento, el Alberdi inicial, el Urquiza de Caseros, la Generación del 80, Roca.

Tulio Halperín Donghi
 Según Norberto Galasso, aprovechando la ola antipopular provocada por el golpe militar de 1955 que también sepultó al revisionismo y a sus representantes, la historia oficial se recibió rebautizándose como "historia social" que incorporaría criterios y tecnologías actualizadas en un cambio cosmético sincerado por uno de sus principales ideólogos, Halperín Donghi, quien afirmó en sus "Ensayos de historiografía" que dicha corriente se proponía "ilustrar y enriquecer, pero cuidando de no ponerla en crisis, a la línea tradicional", es decir que se trata de una historia oficial modernizada.

Alertados los conservadores liberales sobre el "peligro" que entrañaba la revisión histórica y el consiguiente encumbramiento doctrinario de los jefes populares homologables con el peronismo, el golpe de 1955 condenará de allí en más a los revisionistas a un ostracismo que hasta entonces no había conocido. Será también Halperín Donghi, desde hace décadas instalado en Berkeley, quien se obstinará en declarar "decadentista" al revisionismo, denunciando que se trata de "una empresa a la vez historiográfica y política". Así en la "Historiografía argentina en la hora de la libertad" publicado en "Sur" en noviembre de 1955, artículo que ya en el título desnudaba su intencionalidad, Halperín Donghi señalaba que en "la tentativa de crear una cultura y una historiografía consagradas a la mayor gloria del régimen, el peronismo había hallado apoyos en los revisionistas".

Cabe aclarar que las postulaciones revisionistas nada tienen que ver con los chismes "amarillistas" sobre la vida privada de los próceres ni tampoco la historia deformada para tener rating en los medios masivos. Tampoco las arengas demagógicas como arrasar con los monumentos a Roca, o exaltar hasta la leyenda al apocalíptico Solano López o a los anarquistas violentos de principios del siglo XX.

Arturo Jauretche
Revisar la historia consagrada obliga obliga a rescatarse de la inducción de lo aprendido y pensar(se) desde una perspectiva propia que supere el desprecio culterano por lo popular, lo criollo, lo hispánico y lo religioso, elementos fundamentales de lo nacional, y que no se fundamente en la idealización y mimetización de lo foráneo, empeño que la globalización del servicio del astuto poder planetario ha llevado hasta el saqueo de la intimidad psicológica. El forjista Jauretche, cuando dichos mecanismos no eran todavía tan alienantes, se refirió a ello: "Fue una labor humilde y difícil, porque tuvimos que destruir hasta en nosotros mismos, y en primer término, el pensamiento en que se nos había formado como al resto del país y desvincularnos de todo medio de publicidad, de información y de acción pues ellos estaban en manos de los instrumentos de dominación, empeñados en ocultar la verdad". La tarea no es fácil, por momentos desanimante: "Todo escritor nacional ha experimentado alguna vez la sensación de un muro que lo asfixia y la interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido que la justifique" (Scalabrini Ortiz). Porque el principal obstáculo no está afuera sino principalmente en el interior de nosotros mismos, modelados psicológica y culturalmente de acuerdo a los aparatos ideológicos del estado liberal-autoritario nacido después de Pavón y exacerbado por la evolución mundial hacia un fundamento capitalista. Y la historia oficial es uno de los principales, y más prematuros pues opera desde la preescolaridad, de dichos mecanismos. Es por ello que el interés por el revisionismo se galvaniza en etapas en que el dominante sistema social, económico y político es fisurado por las crisis y pierde algo de su consistencia, como sucedió en los 30 y a principios de este siglo.

Es cierto que el peronismo y el revisionismo establecieron un vínculo vigoroso sostenido en sus puntos comunes pero es de recordar que, al igual que los integrantes del FORJA, los revisionistas se anticiparon al 17 de octubre y podría irse más allá afirmando que prepararon el terreno. Pero también es cierto que no todos los revisionistas simpatizaron con el peronismo y no faltaron quienes se alinearon en la oposición activa. Tampoco gozó de una especial predilección durante los gobiernos de Perón, quizás por no abrir otros frentes con el conservadurismo liberal de la clase dominante, como quedó demostrado cuando llegó el turno de bautizar a las líneas férreas estatizadas eligiéndose, además de los indiscutibles San Martín y Belgrano, a los próceres tradicionales: Sarmiento, Mitre y Roca.

Una institución fundamental en el desarrollo revisionista fue el Instituto de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas" fundado en 1938 por Manuel Gálvez, Ramón Doll, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio y otros.  Entre sus presidentes se contaron Carlos Ibarguren, Jose María Rosa, John William Cooke. En la difusión fue importante la actividad de editoriales como "Peña y Lilo", "Sudestada", "Teoría", también otras relacionadas con la izquierda nacional como "Octubre" y "Coyoacán".

El revisionismo privilegia el tema de la dependencia como clave de la interpretación histórica, punto de confluencia, según Jorge Sulé, de sus distintas corrientes. Ello también merecerá la insólita crítica de la estrella de la historia social u oficial: "Quejarse de la dependencia es como quejarse del régimen de lluvias. No es necesario explicar entonces por qué no hablamos más de ella" (Halperín Donghi en "Punto de vista", 1993). El perseverante tema de la dependencia en tiempos globalizados en que los límites entre países han sido arrasados por las transnacionales y las operaciones financieras digitalizadas requiere de los revisionistas de hoy la superación de sus condiciones de marginalidad para encarar una urgente tarea de actualización. "Los miembros de la sociedad -explica Bauman- buscan desesperadamente su 'individualidad', ser un individuo. Esto es, ser diferente a los demás. Sin embargo, si en la sociedad "ser un individuo" es un deber, los miembros de dicha sociedad son cualquier cosa menos individuos, distintos o únicos". Ser un "individuo", entonces, significa ser idéntico a todos los demás. Por ejemplo, aceptar la historia tal como nos la han impuesto por interés, por ignorancia o por miedo a ser distintos. La amenaza es la marginación, no pertenecer a la sociedad individualizada. En el campo historiográfico, no ser tenido en cuenta para sitiales académicos, cátedras, empleos, becas, subsidios, viajes. Por ello es comprensibles que jóvenes historiadores elijan consciente o inconscientemente no apartarse de lo establecido para poder profesionalizar su vocación.

Ultimamente, a partir de la crisis del 2001 que arrasó con tantas convenciones vacías y que mostró la faz más tenebrosa de la globalización, hizo que "ganara la calle" el interés de muchos de comprender su presente a partir de una historia que nos mire desde lo que nos es propio, desde lo nacional y lo popular, que no deforme ni retacee, y entonces asistimos a un nuevo empuje de revisionismo, que algunos bautizan de neo-revisionismo. Ello es paralelo con el surgimientos de movimientos de corte nacionalista, criollista y populista, antineoliberales, en varios países latinoamericanos como Venezuela, Bolivia, Ecuador, que proclaman un espíritu americanista que alentó Bolivar, pero entre nosotros también San Martín, Artigas, Dorrego, Felipe Varela, Roque Sáenz Peña y Perón entre otros.

Lo que unía y une a los revisionistas es lo que en "Política Nacional y Revisionismo Histórico" expresó Arturo Jauretche: "Véase entonces la importancia política del conocimiento de una historia auténtica, sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible".

Es que no puede construirse un futuro venturoso sobre la base de un pasado falsificado.

(“Perfil”, 04-05-08) Pacho O’Donnell




martes, 29 de mayo de 2012

Revisionismo Histórico (Parte II)

Fue muy claro que la historia servía y sirve a los propósitos del porteñismo "civilizador". Después de Caseros cuando en Buenos Aires se debatía la posibilidad de hacerle un juicio a Rosas, el diputado Emilio Agrelo propuso que no hubiera posibilidades de revisión: "No podemos dejar el juicio de Rosas a la Historia. ¿Qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿Que el general San Martín le legó su espada? ¿Que grandes y poderosas naciones se inclinaron a su voluntad? ¡No, señores diputados!; debemos condenar a Rosas y condenarlo en términos tales que nadie quiera mañana intentar su defensa".  De la misma índole había sido el consejo de Salvador María del Carril en 1829 a Lavalle: "Fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la imposturas con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos". Terminaba urgiéndolo a hacer desaparecer la prueba de su villanía: "Cartas como estas se queman".

Luego de la tragedia de Navarro los unitarios se lanzaron al exterminio del gauchaje federal. Dicha matanza se repitió, amplificada, cuando, luego de que Urquiza entregase a Mitre el triunfo de Pavón, los porteños organizaron el ejército nacional que fue lanzado a las provincias para ocuparlas y desalojar a sus gobernantes federales. Además, bajo el mando de los crueles coroneles uruguayos, Arredondo, Paunero, Flores y Sandes, se castigó ejemplarmente a todo aquel que no se sometiera al proyecto porteñista, iniciándose una salvaje cacería de los caudillos resistentes a tanta prepotencia. Citemos nuevamente al locuaz Domingo Faustino: "Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier numero que sean" (año 1868). "Es preciso empelar el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos". No es aventurado el cálculo de que en los quince años posteriores a Pavón murieron la mitad de los gauchos de la campaña.

La propuesta fue más allá del aniquilamiento físico y apuntó a la extirpación cultural, también psicológica, de todo aquello que oliera a plebeyo y nacional, identificado con barbarie, y lo hispánico, homologado a decadencia. Se estableció así una condición esencial de la dependencia argentina de intereses ajenos a los patrióticos en complicidad con su dirigencia politica y económica.

Ese diseño es el que se pronlonga hasta nuestros dias, con las variaciones impuestas por épocas y circunstancias, y a su calor se desarrolló la historiografía que le era funcional, sustentada por ceremonias escolares, marchas patrióticas, libros de texto, cátedras universitarias, academias y el dominio de los mecanismos de prestigio y de financiación.

Contra esta versión tendenciosa surgió en el pasado el "revisionismo histórico" cuyo primer antecedente puede encontrarse en el J.B.Alberdi que había regresado del elitistmo: "En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independecia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje". (Escritos Póstumos).

Luego sería el turno a finales del s. XIX de Adolfo Saldías, integrante de la elite que gobernaba al país desde el Club del Progreso y el Círculo de Armas quien se propuso escribir una biografía de Juan Manuel de Rosas sobreentendiéndose que por su pertenencia de clase sería un aporte más a la campaña denostatoria que aún hoy oscurece la memoria del Restaurador. Pero Saldías lo hizo con seriedad y honestidad historiográfica y para ello acudió al archivo de "La Gazeta" y otras publicaciones de la época, a los testimonios y a las memorias de contemporáneos del biografiado y, decisivamente, contó con el archivo de Rosas que le facilitó en Southhampton su hija Manuelita. El resultado fue un texto de fundamentada ecuanimidad cuyo título no refería a la "tiranía" sino a la "Historia de la Confederación Argentina". La reacción de sus pares fue indignada y el libro fue condenado al silencio y su autor sufrió el desdén y el aislamiento.

A Saldías lo seguiría en 1930 Carlos Ibarguren con "Juan Manuel de Rosas, su vida, su obra, su tiempo" que insistió en la figura nacionalista y populista del Restaurador, jefe del bando perdedor, como el símbolo antagónico, independientemente de sus defectos y virtudes, de la dirección que habían tomado los asuntos de nuestra patria. Y cuatro años más tarde los hermanos Irazusta dieron a luz una obra fundamental, "Argentina y el imperialismo británico", concebida en el clima de indignación provocada por el pacto Roca-Runciman.


(“Perfil”, 04-05-08) Pacho O’Donnell

Revisionismo Histórico (Parte I)

El "Revisionismo Histórico" le da valor a sectores postergados por la historia social, como es el caso de los indígenas, las mujeres. Por ejemplo Felipa Pigna acaba de escribir un libro interesante sobre la participación de las mujeres en la historia.



La historia oficial es la que siempre nos contaron y nos enseñaron, es la que escribieron los vencedores de las guerras civiles de los siglos XIX y su espíritu no pudo sino reproducir la ideología oligárquica, porteñista, liberal en lo económico y autoritaria en lo político, antihispánica y anticriolla de aquellos cuyo proyecto de país estaba resumido en el dilema sarmientino entre "civilización", lo europeísta-porteño, y "barbarie", lo criollo-provincial.

Diseñaron una sociedad a la imágen y semejanza de las naciones poderosas de la época y copiaron sus instituciones y sus cartas magnas sin reparar que ellas respondían a circunstancias e idiosoncracias ajenas a las nuestras. Para ellos civilizar fue desnacionalizar. De allí, nuestras costumbres, nuestros gustos, nuestra arquitectura, nuestro deporte, nuestros vicios. Nuestra historia.

Para llevar a buen puerto ese proyecto de organización nacional consideraron imprescindible  renunciar a lo criollo y a lo hispánico. Sus ideólogos, en especial Sarmiento y Alberdi (éste antes de su conversión y de su conflicto con el sanjuanino), debieron enfrentar una dificultad: sus habitantes, la plebe, según su concepción no servían para el proyecto "civilizador".

Es Alberdi nada menos que el redactor de nuestra Constitución Nacional, quien hará más transparente esa tendencia a descalificar lo autóctono en desmedro de lo extranjero, dominante hasta nuestros días. Don Juan Bautista se esmeraría por aclarar en el texto de "Las Bases" sus ideas: "Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente". Se explayará también en consejos que aún hoy tienen dramática vigencia: "Proteged empresas particulares para  la construcción de ferrocarriles. Colmadlas de ventajas, de privilegios, de todo favor imaginable sin deteneros en medio (...) Entregad todo a capitales extranjeros. Rodead de inmunidades y de privilegios el tesoro extranjero para que se naturalice entre nosotros".

No se trataba de hacer un país confortable para las grandes mayorías sino acomodarlo a las necesidades de los poderosos: "Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces para la libertad" (Sarmiento). He aquí la razón de fondo de la poítica educativa que planearon y llevaron adelante el sanjuanino, Avellaneda y otros. Libertad debe traducirse aquí como liberalismo autoritario, no el que pregonaba Adam Smith.

(“Perfil”, 04-05-08) Pacho O’Donnell