martes, 29 de mayo de 2012

Revisionismo Histórico (Parte II)

Fue muy claro que la historia servía y sirve a los propósitos del porteñismo "civilizador". Después de Caseros cuando en Buenos Aires se debatía la posibilidad de hacerle un juicio a Rosas, el diputado Emilio Agrelo propuso que no hubiera posibilidades de revisión: "No podemos dejar el juicio de Rosas a la Historia. ¿Qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿Que el general San Martín le legó su espada? ¿Que grandes y poderosas naciones se inclinaron a su voluntad? ¡No, señores diputados!; debemos condenar a Rosas y condenarlo en términos tales que nadie quiera mañana intentar su defensa".  De la misma índole había sido el consejo de Salvador María del Carril en 1829 a Lavalle: "Fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la imposturas con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos". Terminaba urgiéndolo a hacer desaparecer la prueba de su villanía: "Cartas como estas se queman".

Luego de la tragedia de Navarro los unitarios se lanzaron al exterminio del gauchaje federal. Dicha matanza se repitió, amplificada, cuando, luego de que Urquiza entregase a Mitre el triunfo de Pavón, los porteños organizaron el ejército nacional que fue lanzado a las provincias para ocuparlas y desalojar a sus gobernantes federales. Además, bajo el mando de los crueles coroneles uruguayos, Arredondo, Paunero, Flores y Sandes, se castigó ejemplarmente a todo aquel que no se sometiera al proyecto porteñista, iniciándose una salvaje cacería de los caudillos resistentes a tanta prepotencia. Citemos nuevamente al locuaz Domingo Faustino: "Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier numero que sean" (año 1868). "Es preciso empelar el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos". No es aventurado el cálculo de que en los quince años posteriores a Pavón murieron la mitad de los gauchos de la campaña.

La propuesta fue más allá del aniquilamiento físico y apuntó a la extirpación cultural, también psicológica, de todo aquello que oliera a plebeyo y nacional, identificado con barbarie, y lo hispánico, homologado a decadencia. Se estableció así una condición esencial de la dependencia argentina de intereses ajenos a los patrióticos en complicidad con su dirigencia politica y económica.

Ese diseño es el que se pronlonga hasta nuestros dias, con las variaciones impuestas por épocas y circunstancias, y a su calor se desarrolló la historiografía que le era funcional, sustentada por ceremonias escolares, marchas patrióticas, libros de texto, cátedras universitarias, academias y el dominio de los mecanismos de prestigio y de financiación.

Contra esta versión tendenciosa surgió en el pasado el "revisionismo histórico" cuyo primer antecedente puede encontrarse en el J.B.Alberdi que había regresado del elitistmo: "En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independecia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje". (Escritos Póstumos).

Luego sería el turno a finales del s. XIX de Adolfo Saldías, integrante de la elite que gobernaba al país desde el Club del Progreso y el Círculo de Armas quien se propuso escribir una biografía de Juan Manuel de Rosas sobreentendiéndose que por su pertenencia de clase sería un aporte más a la campaña denostatoria que aún hoy oscurece la memoria del Restaurador. Pero Saldías lo hizo con seriedad y honestidad historiográfica y para ello acudió al archivo de "La Gazeta" y otras publicaciones de la época, a los testimonios y a las memorias de contemporáneos del biografiado y, decisivamente, contó con el archivo de Rosas que le facilitó en Southhampton su hija Manuelita. El resultado fue un texto de fundamentada ecuanimidad cuyo título no refería a la "tiranía" sino a la "Historia de la Confederación Argentina". La reacción de sus pares fue indignada y el libro fue condenado al silencio y su autor sufrió el desdén y el aislamiento.

A Saldías lo seguiría en 1930 Carlos Ibarguren con "Juan Manuel de Rosas, su vida, su obra, su tiempo" que insistió en la figura nacionalista y populista del Restaurador, jefe del bando perdedor, como el símbolo antagónico, independientemente de sus defectos y virtudes, de la dirección que habían tomado los asuntos de nuestra patria. Y cuatro años más tarde los hermanos Irazusta dieron a luz una obra fundamental, "Argentina y el imperialismo británico", concebida en el clima de indignación provocada por el pacto Roca-Runciman.


(“Perfil”, 04-05-08) Pacho O’Donnell

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