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lunes, 11 de junio de 2012

La Revolución Mundial (Parte II)

Rusia, madura para la revolución social, cansada de la guerra y al borde de la derrota, fue el primero de los regímenes de Europa central y oriental que se hundió bajo el peso de la primera guerra mundial. La explosión se esperaba, aunque nadie pudiera predecir en qué momento se produciría. Pocas semanas antes de la revolución de febrero, Lenin se preguntaba todavía desde su exilio en Suiza si viviría para verla. De hecho el régimen zarista sucumbió cuando una manifestación de mujeres trabajadoras (el 8 de marzo, "día de la mujer", que celebraba habitualmente el movimiento socialista) se sumó al cierre industrial en la fábrica metalúrgica Putilov, cuyos trabajadores destacaban por su militancia, para desencadenar una huelga general y la invasión del centro de la capital, cruzando el río helado, con el objetivo fundamental de pedir pan. La fragilidad del régimen quedó manifiesto cuando las tropas del zar, incluso los siempre leales cosacos, dudaron primero y luego se negaron a atacar a la multitud y comenzaron a fraternizar con ella. Cuando se amotinaron, después de cuatro días caóticos, el zar abdicó, siendo substituido por un "gobierno provisional" que gozó de la simpatía e incluso de la ayuda de los aliados occidentales de Rusia, temerosos de que su situación desesperada pudiera inducir al régimen zarista a retirarse de la guerra y a firmar una paz por separado con Alemania. Cuatro días de anarquía y manifestaciones espontáneas en las calles bastaron para acabar con un imperio. Pero eso no fue todo: Rusia estaba hasta tal punto preparada para la revolución social que las masas de Petrogrado consideraron inmediatamente la caída del zar como la proclamación de la libertad universal, la igualdad y la democracia directa. El éxito extraordinario de Lenin consistió en pasar de ese incontrolable y anárquico levantamiento popular al poder bolchevique.

Por consiguiente, lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada y decidida a combatir a los alemanes, sino un vacío revolucionario: un impotente "gobierno provisional" por un lado, y por el otro, una multitud de "consejos" populares (soviets) que surgían espontáneamente en todas partes. Los soviets tenían el poder (o al menos el poder de veto) en la vida local, pero no sabían que hacer con él ni qué era lo que se podía o lo que se debía hacer. Los diferentes partidos y organizaciones revolucionarias -bolcheviques y mencheviques, socialrevolucionario y muchos otros grupos menores de la izquierda, que emergieron de la clandestinidad- intentaron integrarse en esas asambleas para coordinarlas y conseguir que se adhirieran a su política, aunque en un principio sólo Lenin las consideraba como una alternativa al gobierno ("todo el poder para los soviets"). Sin embargo, lo cierto es que cuando se produjo la caída del zar no eran muchos los rusos que superan qué representaban las etiquetas de los partidos revolucionarios o que, si lo sabían, pudieran distinguir sus diversos programas. Lo que sabían era que ya no aceptaban la autoridad, ni siquiera la autoridad de los revolucionarios que afirmaban saber más que ellos.

Vladimir Ilich Uliánov (Lenin)
La exigencia básica de la población más pobre de los núcleos urbanos era conseguir pan, y la de los obreros, obtener mayores salarios y un horario de trabajo más reducido. Y en cuanto al 80% de la población rusa que vivía de la agricultura, lo que quería era, como siempre, la tierra. Todos compartían el deseo de que concluyera la guerra, aunque en un principio los campesinos-soldados que formaban el grueso del ejército no se oponían a la guerra como tal, sino a la dureza de la disciplina y a los malos tratos a que les sometían los otros rangos del ejército. El lema "pan, paz y tierra" suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, especialmente para lo bolcheviques de Lenin, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250.000 al inicio del verano de ese mismo año. Contra lo que sustentaba la mitología de la guerra fría, que veía a Lenin esencialmente como un organizador de golpes de estado, el único activo real que tenían él y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder. Por ejemplo, cuando comprendió que, aun en contra del programa socialista, los campesinos deseaban que la tierra se dividiera en explotaciones familiares, Lenin no dudó por un momento en comprometer a los bolcheviques en esa forma de individualismo económico.

En cambio, el gobierno provisional y sus seguidores fracasaron al no reconocer su incapacidad de que Rusia  obedeciera sus leyes y decretos. Cuando los empresarios y hombres de negocios intentaron restablecer la disciplina laboral, lo único que consiguieron fue radicalizar las posturas de los obreros. Cuando el gobierno provisional insistió en iniciar una nueva ofensiva militar en junio de 1917, el ejército se negó y los soldados campesinos regresaron a sus aldeas para participar en el reparto de la tierra. La revolución se difundió a lo largo de las vías del ferrocarril que los llevaba de regreso. Aunque la situación no estaba madura para la caída inmediata del gobierno provisional, a partir del verano se intensificó la radicalización en el ejército y en las principales ciudades, y eso favoreció a los bolcheviques. El campesinado apoyaba abrumadoramente a los herederos de los narodniks, los socialrevolucionarios, aunque en el seno de ese partido se formó un ala izquierda más radical que se aproximó a los bolcheviques, con los que gobernó durante un breve período tras la revolución de octubre.

Asalto al Palacio de Invierno 1917
El afianzamiento de los bolcheviques -que en ese momento constituía esencialmente un partido obrero- en las principales ciudades rusas, especialmente en la capital, Petrogrado, y en Moscú, y su rápida implantación en el ejército, entrañó el debilitamiento del gobierno provisional, sobre todo cuando en el mes de agosto tuvo que recabar el apoyo de las fuerzas revolucionarias de la capital para sofocar un intento de golpe de estado contrarrevolucionario encabezado por un general monárquico. El sector más radicalizado de sus seguidores impulsó entonces a los bolcheviques a la toma del poder. En realidad, llegado el momento, no fue necesario tomar el poder, sino simplemente ocuparlo. El gobierno provisional, al que ya nadie defendía, se disolvió como una burbuja en el aire.

El programa de Lenin, de comprometer al nuevo gobierno soviético (es decir, básicamente al partido bolchevique) en la "transformación socialista de la república rusa" suponía apostar por la mutación de la revolución rusa en una revolución mundial, o al menos europea. ¿Quién -preguntaba Lenin frecuentemente- podía imaginar que la victoria del socialismo "pudiera producirse... excepto mediante la destrucción total de la burguesía rusa y europea"? Entre tanto, la tarea principal de los bolcheviques era mantenerse. El  nuevo régimen apenas hizo otra cosa por el socialismo que declarar que el socialismo era su objetivo, ocupar los bancos y declarar el "control obrero" sobre la gestión de las empresas, es decir, oficializar lo que habían ido haciendo desde que estallara la revolución, mientras urgía a los obreros que mantuvieran la producción.

El nuevo régimen se mantuvo. Sobrevivió a una dura paz impuesta por Alemania en Brest-Litovsk, unos meses antes de que los propios alemanes fueran derrotados, y que supuso la pérdida de Polonia, las provincias del Báltico, Ucrania y extensos territorios del sur y el oeste de Rusia. Diversos ejércitos y regímenes revolucionarios ("blancos") se levantaron contra los soviets, financiados por los aliados, que enviaron a suelo ruso tropas británicas, francesas, norteamericanas, japonesas, polacas, serbias, griegas y rumanas. En los peores momentos de la brutal y caótica guerra civil de 1918-1920, la Rusia soviética quedó reducida a un núcleo cercado de territorios en el norte y el centro. Los únicos factores de peso que favorecían el nuevo régimen, mientras creaba de la nada un ejército a la postre vencedor, eran la incompetencia y la división que reinaban entre las fuerzas "blancas", su incapacidad para ganar el apoyo del campesino ruso y la bien fundada sospecha de las potencias occidentales de que era imposible organizar adecuadamente a esos soldados y marineros levantiscos para luchar contra los bolcheviques. La victoria de éstos se había consumado a finales de 1920.

Así pues, contra lo esperado, la Rusia soviética sobrevivió. Los bolcheviques extendieron su poder y lo conservaron a lo largo de varios años de continuas crisis y catástrofes: la conquista de los alemanes y la dura paz que les impusieron, las secesiones regionales, la contrarrevolución, la guerra civil, la intervención armada extranjera, el hambre y el hundimiento económico. Cuando la nueva república soviética emergió de su agonía, se descubrió que conducían en una dirección muy distinta de la que había previsto Lenin.
El Ejército Rojo de Trabajadores y Campesinos (1920)

Sea como fuere, la revolución sobrevivió por tres razones principales. En primer lugar, porque contaba con un instrumento extraordinariamente poderoso, un Partido Comunista con 600.000 miembros, fuertemente centralizado y disciplinado. Ese modelo organizativo, propagado y defendido incansablemente por Lenin desde 1902, tomó forma después del movimiento insurreccional. Prácticamente todos los regímenes revolucionarios del siglo xx adoptarían una variante de ese modelo. En segundo lugar, era sin duda, el único gobierno que podía y quería mantener a Rusia unida como un estado, y para ello contaba con un considerable apoyo de otros grupos patriotas rusos (políticamente hostiles en otro sentido), como la oficialidad, sin la cual habría sido imposible organizar el nuevo ejército rojo. La tercera razón era que la revolución había permitido que el campesinado ocupara la tierra. En el momento decisivo, la gran masa de campesinos rusos -el núcelo del estado y de su nuevo ejército- consideró que sus oportunidades de conservar la tierra eran mayores si se mantenían los rojos que si el poder volvía a manos de la nobleza. Eso dio a los bolcheviques una ventaja decisiva en la guerra civil de 1918-1920. Los hechos demostrarían que los campesinos rusos eran demasiado optimistas.

La revolución mundial que justificaba la decisión de Lenin de implantar en Rusia el socialismo no se produjo y ese hecho condenó a la Rusia soviética a sufrir, durante una generación, los efectos de un aislamiento que acentuó su pobreza y su atraso. Las opciones de su futuro desarrollo quedaban así determinadas, o al menos fuertemente condicionadas. Sin embargo, una oleada revolucionaria barrió el planeta en los dos años siguientes a la revolución de octubre y las esperanzas de los bolcheviques, prestos para la batalla, no parecían irreales.

Desmembración del imperio austro-húngaro (1919)
Los acontecimientos de Rusia no solo crearon revolucionarios sino revoluciones. En enero de 1918, pocas semanas después de la conquista del Palacio de Invierno, y mientras los bolcheviques intentaban desesperadamente negociar la paz con el ejército alemán que avanzaba hacia sus fronteras, Europa central fue barrida por una oleada de huelgas políticas y manifestaciones antibelicistas que se iniciaron en Viena para propagarse a través de Budapest y de los territorios checos hasta Alemania, culminando en la revuelta de la marinería austrohúngara en el Adriático. Cuando se vio con claridad que las potencias centrales serían derrotadas, sus ejércitos se desintegraron. En septiembre, los soldados campesinos búlgaros regresaron a su país, proclamaron la república y marcharon sobre Sofía, aunque pudieron ser desarmados con la ayuda alemana. En octubre, se desmembró la monarquía de los Habsburgo, después de las últimas derrotas sufridas en el frente de Italia. Se establecieron entonces varios estados nacionales nuevos con la esperanza de que los aliados victoriosos los preferirían a los peligros de la revolución bolchevique. La primera reacción occidental frente al llamamiento de los bolcheviques a los pueblos para que hicieran la paz -así como su publicación de los tratados secretos en los que los aliados habían decidido el destino de Europa- fue la elaboración de los catorce puntos del presidente Wilson, en los que se jugaba la carta del nacionalismo contra el llamamiento internacionalista de Lenin. Se iba a crear una zona de pequeños estados nacionales para que sirvieran a modo de cordón sanitario contra el virus rojo. A principios de noviembre, los marineros y soldados amotinados difundieron por todo el país la revolución alemana desde la base naval de Kiel. Se proclamó la república y el emperador, que huyó a Holanda fue sustituido al frente del estado por un ex guarnicionero socialdemócrata.

La revolución que había derribado todos los regímenes desde Vladivostok hasta el Rin era una revuelta contra la guerra, y la firma de la paz diluyó una gran parte de su carga explosiva. Por otra parte, su contenido social era vago, excepto en los casos de los soldados campesinos de los imperios de los Habsburgo, de los Romanov y turco, y en los pequeños estados del sureste de Europa. Allí se basaba en cuatro elementos principales: la tierra, y el rechazo de las ciudades, de los extranjeros (especialmente los judíos) y de los gobiernos. Esto convirtió a los campesinos en revolucionarios, aunque no en bolcheviques, en grandes zonas de Europa central y oriental, pero no en Alemania (excepto en cierta medida en Baviera), ni en Austria ni en algunas zonas de Polonia. Para calmar su descontento fue necesario inducir algunas medidas de reforma agraria incluso en algunos países conservadores y contrarrevolucionarios como Rumania y Finlandia. Por otra parte en los países en los que constituía la mayoría de la población, el campesinado representaba la garantía de que los socialistas, y en especial los bolcheviques, no ganarían las elecciones generales democráticas. Aunque esto no convertía necesariamente a los campesinos en bastiones del conservadurismo político, constituía una dificultad decisiva para los socialistas democráticos o, como en la Rusia soviética, los forzó a la abolición de la democracia electoral. Por esa razón, los bolcheviques, que habían pedido una asamblea constituyente, la disolvieron pocas semanas después de los sucesos de octubre. La creación de una serie de pequeños estados nacionales según los principios enunciados por el presidente Wilson, frenó el avance de la revolución bolchevique.

Por otra parte, el impacto de la revolución rusa en las insurrecciones europeas de 1918-1919 era tan evidente que alentaba en Moscú la esperanza de extender la revolución del proletariado mundial. Mientras que en Rusia y en Austria-Hungria, vencidas en la guerra, reinaba una situación realmente revolucionaria, la gran masa de soldados, marineros y trabajadores revolucionarios de Alemania eran tan moderados y observantes de la ley, que no era un país donde cabía esperar que se produjeran insurrecciones.

Sin embargo, la revolución alemana de 1918 confirmó las esperanzas de los bolcheviques rusos, tanto más cuanto que en 1918 se proclamó en Baviera una efímera república socialista, y en la primavera de 1919, tras el asesinato de su líder, se estableció una república soviética, de breve duración, en Munich. Estos acontecimientos coincidieron con un intento más serio de exportar el bolcheviquismo hacia Occidente, que culminó en la creación de la república soviética húngara de marzo-julio de 1919. Naturalmente ambos movimientos fueron sofocados con la brutalidad esperada. Aunque el año 1919, el de mayor inquietud social en Occidente, contempló el fracaso de los únicos intentos por propagar la revolución bolchevique, y a pesar de que en 1920 se inició un rápido reflujo de la marea revolucionaria, los líderes bolcheviques de Moscú no abandonaron, hasta bien entrado 1923, la esperanza de ver una revolución en Alemania.

La Tercera Internacional (comunista)
Fue en 1920 cuando los bolcheviques cometieron lo que hoy se nos aparece como un error fundamental, al dividir permanentemente al movimiento obrero internacional. Lo hicieron al estructurar su nuevo movimiento comunista internacional según el modelo del partido de vanguardia de Lenin, constituido por una elite de "revolucionarios profesionales" con plena dedicación. Con pocas excepciones, en los partidos socialistas y obreros existían fuertes movimientos de opinión favorable a la integración en la nueva Tercera Internacional (comunista), que crearon los bolcheviques en sustitución de la Segunda Internacional (1889-1914), desacreditada y desorganizada por la guerra mundial a la que no había sabido oponerse. En efecto, los partidos socialistas de Francia, Italia, Austria y Noruega, así como los socialistas independientes de Alemania, votaron en ese sentido, dejando en minoría a los adversarios del bolchevismo. Sin embargo, lo que buscaban Lenin y los bolcheviques no era un movimiento internacional de socialistas simpatizantes con la revolución de octubre, sino un cuerpo de activistas totalmente comprometido y disciplinado: una especie de fuerza de asalta para la conquista revolucionaria. A los partidos que se negaron a adoptar la estructura leninista se les impidió incorporarse a la nueva Internacional, o fueron expulsados de ella, porque resultaría debilitada si aceptaba esas quintas columnas de oportunismo y reformismo. Dado que la batalla era inminente sólo podían tener cabida los soldados.

Sun Yat-Sen, líder del Kuomintang
Para que esa argumentación tuviera sentido debía cumplirse una condición: que la revolución mundial estuviera aún en marcha y que hubiera nuevas batallas en la perspectiva inmediata. Sin embargo, aunque la situación europea no estaba ni mucho menos estabilizada, en 1920 resulta evidente que la revolución bolchevique no era inminente en Occidente. Entonces, las perspectivas revolucionarias se desplazaron hacia el este, hacia Asia, que siempre había estado en el punto de mira de Lenin. Así, entre 1920 y 1927 las esperanzas de la revolución mundial parecieron sustentarse en la revolución china, que progresaba bajo Kuomintang, partido de liberación nacional, cuyo líder Sun Yat-sen (1866-1925), aceptó el modelo soviético, la ayuda militar soviética y el nuevo Partido Comunista chino como parte de su movimiento. La alianza entre el Kuomintang y el Partido Comunista avanzaría hacia el norte desde sus bases de la China meridional, en el curso de la gran ofensiva de 1925-1927, situando a la mayor parte de China bajo el control de un solo gobierno por primera vez desde la caída del imperio en 1911, antes de que el principal general del Kuomintang, Chiang Kai-shek, se volviera contra los comunistas y los aplastara.

En 1921, la revolución se batía en retirada en la Rusia soviética, aunque el poder político bolchevique era inamovible. Además, el tercer congreso de la Comintern reconoció -sin confesarlo abiertamente- que la revolución no era factible en Occidente al hacer un llamamiento en pro de un "frente unido" con los mismos socialistas a los que el segundo congreso había expulsado del ejército del progreso revolucionario. Los revolucionarios de las siguientes generaciones disputarían acerca del significado de ese hecho. De todas formas, ya era demasiado tarde. El movimiento se había dividido de manera permanente. La mayoría de los socialistas de izquierda se integraron en el movimiento socialdemócrata, constituido en su inmensa mayoría por anticomunistas moderados. Por su parte, los nuevos partidos comunistas pasarían a ser una apasionada minoría de la izquierda europea (con algunas excepciones como Alemania, Francia o Finlandia). Esta situación no se modificaría hasta la década de 1930.




Fuente:
Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Capitulo II, pág.62, Crítica (Grijalbo Mondadori S.A.), 1998.

Imágenes:
http://isemodernworldhistorygrade9.wikispaces.com/Lenin,+Trotsky,+and+the+Bolshevik+Revolution.+Contributions+of+Leni+and+Trotsky+to+the+Bolshevik+Revolution%3F
http://es.wikipedia.org/wiki/Lenin
http://www.uruguayeduca.edu.uy/Portal.Base/Web/verContenido.aspx?ID=205113
http://historiaglobalonline.com/2009/09/la-revolucion-rusa-en-imagenes-1917-1953/
http://encontrarte.aporrea.org/efemerides/e2081.html
http://www.historycentral.com/asia/Kuomintang.html

viernes, 8 de junio de 2012

La Revolución Mundial (Parte I)

"Después de la revolución francesa ha tenido en lugar en Europa una revolución rusa, que una vez más ha enseñado al mundo que incluso los invasores más fuertes pueden ser rechazados cuando el destino de la patria está verdaderamente en manos de los pobres, los humildes, los proletarios y el pueblo trabajador".
Del periódico mural de la  /9 Brigata  Ensebio  Giambone de
los partisanos italianos, 1944 (Pavone, 1991, p.406)



La revolución fue hija de la guerra del siglo XX; de manera particular, la revolución rusa de 1917 que dio origen a la Unión Soviética, convertida en una superpotencia cuando se inició la segunda fase de los Treinta y Un Años, pero más en general, la revolución como constante mundial en la historia del siglo. La guerra por sí sola no desencadena inevitablemente la crisis, la ruptura y la revolución en los países beligerantes. De hecho hasta 1914 se creía lo contrario, al menos respecto de los regímenes establecidos que gozaban de legitimidad tradicional. Napoleón I se lamentaba amargamente de que , mientras el emperador de Austria había sobrevivido a tantas guerras perdidas y el rey de Prusia había salido indemne del desastre militar que le había hecho perder la mitad de sus territorios, él, hijo de la revolución francesa, se veía en peligro en la primera derrota. Sin embargo el peso de la guerra total del siglo XX sobre los estados y las poblaciones involucrados en ella fue tan abrumador que los llevó al borde del abismo. Solo Estados Unidos salió de las guerras mundiales intacto y hasta más fuerte. En todos los demás países el fin de los conflictos desencadenó agitación.

Parecía evidente que el viejo mundo estaba condenado a desaparecer. La vieja sociedad, la vieja economía, los viejos sistemas políticos, había "perdido el mandato del cielo", según reza el proverbio chino. La humanidad necesitaba una alternativa que ya existía en 1914. Los partidos socialistas que se apoyaban en la clase trabajadora, y se inspiraban en la convicción de una inevitabilidad histórica de su victoria, encarnaban esa alternativa en la mayor parte de los países europeos. Parecía que solo hacía falta una señal para que los pueblos se levantaran a sustituir el capitalismo por el socialismo, transformando los sufrimientos sin sentido de la guerra mundial en un acontecimiento de carácter más positivo: los dolores y convulsiones intensos del nacimiento de un nuevo mundo. Fue la revolución rusa -o más exactamente, la revolución bolchevique- de octubre de 1917 que lanzó esa señal al mundo, convirtiéndose así en un acontecimiento tan crucial para la historia de este siglo como lo fuera la revolución francesa de 1789 para el devenir del siglo XX. No es una mera coincidencia que la historia del siglo XX, según ha sido delimitado en este libro, coincida prácticamente con el ciclo vital del estado surgido de la revolución de octubre.
Póster alusivo a la victoria de la revolución bolchevique

Las repercusiones de la revolución de octubre fueron mucho más profundas y generales que las de la revolución francesa, pues si bien es cierto que las ideas de ésta siguen vivas cuando ya ha desaparecido el bolchevismo, las consecuencias prácticas de los sucesos de 1917 fueron mucho mayores y perdurables que las de 1789. La revolución de octubre generó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna. Su expansión mundial no tiene parangón desde las conquistas del islam en su primer siglo de existencia. Sólo treinta y cuarenta años después de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes que derivaban directamente de "los diez días que estremecieron el mundo" (Reed, 1919) y del modelo organizativo de Lenin, el Partido Comunista. La mayor parte de esos regímenes se ajustaron al modelo de la URSS en la segunda oleada revolucionaria que siguió a la conclusión de la segunda fase de la larga guerra mundial de 1914-1945. Este capítulo se ocupa de la doble marea revolucionaria, aunque naturalmente centra su atención en la revolución original y formativa de 1917 y en las pautas que estableció para las revoluciones posteriores, cuya evolución dominó en gran medida.

Durante gran parte del siglo XX, el comunismo soviético pretendió ser un sistema alternativo y superior al capitalismo, destinado por la historia a superarlo. Y durante una gran parte del período, incluso muchos de quienes negaban esa superioridad albergaron serios temores de que resultara vencedor. Al mismo tiempo, desde la revolución de octubre, la política internacional ha de entenderse, con la excepción del período 1933-1945, como la lucha secular de las fuerzas del viejo orden contra la revolución social, a la que se asociaba con la Unión Soviética y el comunismo internacional, que se suponía que la encarnaban y dirigían.

A medida que avanzaba el siglo XX, esa imagen de la política mundial como un enfrentamiento entre las fuerzas de dos sistemas sociales antagónicos (cada uno de ellos movilizado, desde 1945, al amparo de una superpotencia que poseía las armas de la destrucción del mundo) fue haciéndose cada vez más irreal. En los años ochenta tenía tan poca influencia sobre la política internacional como pudieran tenerla las cruzadas. Sin embargo, no es difícil comprender como llegó a tomar cuerpo. En efecto, la revolución de octubre se veía a si misma, más incluso que la revolución francesa en su fase jacobina, como un acontecimiento de índole ecuménica más que  nacional. Su finalidad no era instaurar la libertad y el socialismo en Rusia, sino llevar a cabo la revolución proletaria mundial. A los ojos de Lenin y sus camaradas, la victoria del bolchevismo en Rusia era ante todo una batalla en la campaña que garantizaría su triunfo a escala universal, y era su auténtica justificación.

zar Nicolás II
Cualquier observador atento del escenario mundial comprendía desde 1870 que la Rusia zarista estaba madura para la revolución, que la merecía y que una revolución podía derrocar al zarismo. Y desde que en 1905-1906 la revolución pusiera de rodillas al zarismo, nadie dudaba ya de ello. Algunos historiadores han sostenido posteriormente, que de no haber sido por los "accidentes" de la primera guerra mundial y de la revolución bolchevique, la Rusia zarista habría evolucionado hasta convertirse en un floreciente sociedad industrial liberal-capitalista, y que de hecho ya había iniciado ese proceso, pero sería muy difícil encontrar antes de 1914 profecías que vaticinaran ese curso de los acontecimientos. De hecho, apenas se había recuperado- el régimen zarista de la revolución de 1905 cuando, indeciso e incompetente como siempre, se encontró una vez más acosado por una oleada creciente de descontento social. Durante los meses anteriores al comienzo de la guerra, el país parecía una vez más al borde de un estallido, sólo conjurado por la sólida lealtad del ejército, la policía y la burocracia. Como en muchos de los países beligerantes, el entusiasmo y el patriotismo que embargaron a la población tras el inicio de la guerra enmascararon la situación política, aunque en el caso de Rusia no por mucho tiempo. En 1915, los problemas del gobierno  del zar parecían de nuevo insuperables. La revolución de marzo de 1917, que derrocó a la monarquía rusa fue un acontecimiento esperado, recibido con alborozo por toda la opinión política occidental, si se exceptúan los más furibundos reaccionarios tradicionalistas.

Marx en 1875
Pero también daba todo el mundo por sentado, que la revolución rusa no podía ser, y no sería, socialista. No se daban las condiciones para una transformación de esas características en un país agrario marcado por la pobreza, la ignorancia y el atraso y donde el proletariado industrial, que Marx veía como el enterrador predestinado del capitalismo, sólo era una minoría minúscula, aunque gozara de una posición estratégica. Los propios revolucionarios marxistas rusos compartían ese punto de vista. El derrocamiento del zarismo y del sistema feudal solo podía desembocar en una "revolución burguesa". La lucha de clases entre la burguesía y el proletariado continuaría, pues, bajo nuevas condiciones políticas. Naturalmente, como Rusia no vivía aislada del resto del mundo, el estallido de una revolución en ese país enorme, que se extendía desde las fronteras del Japón a las de Alemania y que era una de las "grandes potencias" que dominaban la escena mundial, tendría importantes repercusiones internacionales. El propio Karl Marx creía, al final de su vida, que una revolución rusa podía ser el detonador que hiciera estallar la revolución proletaria en los países occidentales más industrializados, donde se daban las condiciones para el triunfo de la revolución socialista proletaria. Al final de la primera guerra mundial, parecía que eso era precisamente lo que iba a ocurrir.

Sólo existía una complicación. Si Rusia no estaba preparada para la revolución socialista proletaria que preconizaba el marxismo, tampoco lo estaba para la "revolución burguesa" liberal. Incluso los que se contentaban con ésta última debía encontrar un procedimiento mejor que el de apoyarse en las débiles y reducidas fuerzas de la clase media liberal de Rusia, una pequeña capa de la población que carecía de prestigio moral, de apoyo público y de una tradición institucional de gobierno representativo en la que pudiera encajar. Los cadetes, el partido del liberalismo burgués, sólo podían ser el 2,5% de los diputados en la Asamblea Constitucional de 1917-1918, elegida libremente, y disuelta muy pronto. Parecían existir dos posibilidades: o se implantaba en Rusia un régimen burgués-liberal con el levantamiento de los campesinos y los obreros (que desconocían en que consistía ese tipo de régimen y que tampoco les importaba) bajo la dirección de unos partidos revolucionarios que aspiraban a conseguir algo más, o, las fuerzas revolucionarias iban más allá de la fase burguesa-liberal hacia una "revolución permanente" más radical. En 1917, Lenin, que en 1905 sólo pensaba en una Rusia democrático-burguesa, llegó desde el principio a una conclusión realista: no era el momento para una revolución liberal. Sin embargo, veía también que en Rusia no se daban las condiciones para la revolución socialista. Los marxistas revolucionarios rusos consideraban que su revolución tenía que difundirse hacia otros lugares. 

Eso parecía perfectamente factible, porque la gran guerra concluyó en medio de una crisis política y revolucionaria generalizada, particularmente en los países derrotados. En 1918, los cuatro gobernantes de los países derrotados (Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria) perdieron el trono, además del zar de Rusia, que ya había sido derrocado en 1917, después de ser derrotado por Alemania. Por otra parte, los disturbios sociales, que en Italia alcanzaron una dimensión casi revolucionaria, también sacudieron a los países beligerantes europeos del bando vencedor.

El sentimiento antibelicista reforzó la influencia política de los socialistas, que volvieron a encarnar progresivamente la oposición a la guerra que había caracterizado sus movimientos antes de 1914. De hecho algunos partidos (los de Rusia, Serbia y Gran Bretaña -el Partido Laborista Independiente-) nunca dejaron de oponerse a ella, y aún en los países en los que los partidos socialistas la apoyaron, sus enemigos más acérrimos se hallaban en sus propias filas. Al mismo tiempo, el movimiento obrero organizado de las grandes industrias de armamento pasó a ser el centro de la militancia industrial y antibelicista en los principales países beligerantes. Los activistas sindicales de base en las fábricas, hombres preparados que disfrutaban de una fuerte posición, se hicieron célebres por su radicalismo. Los artificieros y mecánicos de los nuevos navíos dotados de alta tecnología, verdaderas fábricas flotantes, adoptaron la misma actitud. Tanto en Rusia como en Alemania, las principales bases navales (Kronstadt, Kiel) iban a convertirse en núcleos revolucionarios importantes, y años más tarde, un motín de la marinería francesa en el mar Negro impediría la intervención militar de Francia contra los bolcheviques en la guerra civil rusa de 1918-1920. Así la oposición contra la guerra adquirió una expresión concreta  y encontró protagonistas dispuestos a manifestarla.
Manifestantes frente al palacio del zar en 1917

No es extraño, pues (según los censores del imperio Habsburgo), que la revolución rusa fuera el primer acontecimiento político desde el estallido de la guerra del que se hacían eco incluso las cartas de las esposas de los campesinos y trabajadores. No ha de sorprender tampoco que, especialmente después que la revolución de octubre instalara a los bolcheviques de Lenin en el poder, se mezclaran los deseos de paz y revolución social: de las cartas censuradas de noviembre de 1917 y marzo de 1918, un tercio expresaba la esperanza de que Rusia trajera la paz, un tercio esperaba que lo hiciera la revolución y el 20% confiaba en una combinación de ambas cosas. Nadie parecía dudar de que la revolución rusa tendría importantes repercusiones internacionales. Y la primera revolución de 1905-1906 había hecho que se tambalearan los cimientos de los viejos imperios sobrevivientes, desde Austria-Hungría a China, pasado por Turquía y Persia. En 1917, Europa era un gran polvorín de explosivos sociales cuya detonación podía producirse en cualquier momento.




Fuente:
Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Capitulo II, pág.62, Crítica (Grijalbo Mondadori S.A.), 1998.

Imágenes:
http://www.forosegundaguerra.com/viewtopic.php?f=14&t=410&start=90
http://es.wikipedia.org/wiki/Dinast%C3%ADa_Romanov
http://es.wikipedia.org/wiki/Karl_Marx
http://www.ceip.org.ar/160307/picture_library/06%20Manifestantes%20frente%20al%20palacio%20del%20zar%20en%201917.html