lunes, 11 de junio de 2012

La Revolución Mundial (Parte II)

Rusia, madura para la revolución social, cansada de la guerra y al borde de la derrota, fue el primero de los regímenes de Europa central y oriental que se hundió bajo el peso de la primera guerra mundial. La explosión se esperaba, aunque nadie pudiera predecir en qué momento se produciría. Pocas semanas antes de la revolución de febrero, Lenin se preguntaba todavía desde su exilio en Suiza si viviría para verla. De hecho el régimen zarista sucumbió cuando una manifestación de mujeres trabajadoras (el 8 de marzo, "día de la mujer", que celebraba habitualmente el movimiento socialista) se sumó al cierre industrial en la fábrica metalúrgica Putilov, cuyos trabajadores destacaban por su militancia, para desencadenar una huelga general y la invasión del centro de la capital, cruzando el río helado, con el objetivo fundamental de pedir pan. La fragilidad del régimen quedó manifiesto cuando las tropas del zar, incluso los siempre leales cosacos, dudaron primero y luego se negaron a atacar a la multitud y comenzaron a fraternizar con ella. Cuando se amotinaron, después de cuatro días caóticos, el zar abdicó, siendo substituido por un "gobierno provisional" que gozó de la simpatía e incluso de la ayuda de los aliados occidentales de Rusia, temerosos de que su situación desesperada pudiera inducir al régimen zarista a retirarse de la guerra y a firmar una paz por separado con Alemania. Cuatro días de anarquía y manifestaciones espontáneas en las calles bastaron para acabar con un imperio. Pero eso no fue todo: Rusia estaba hasta tal punto preparada para la revolución social que las masas de Petrogrado consideraron inmediatamente la caída del zar como la proclamación de la libertad universal, la igualdad y la democracia directa. El éxito extraordinario de Lenin consistió en pasar de ese incontrolable y anárquico levantamiento popular al poder bolchevique.

Por consiguiente, lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada y decidida a combatir a los alemanes, sino un vacío revolucionario: un impotente "gobierno provisional" por un lado, y por el otro, una multitud de "consejos" populares (soviets) que surgían espontáneamente en todas partes. Los soviets tenían el poder (o al menos el poder de veto) en la vida local, pero no sabían que hacer con él ni qué era lo que se podía o lo que se debía hacer. Los diferentes partidos y organizaciones revolucionarias -bolcheviques y mencheviques, socialrevolucionario y muchos otros grupos menores de la izquierda, que emergieron de la clandestinidad- intentaron integrarse en esas asambleas para coordinarlas y conseguir que se adhirieran a su política, aunque en un principio sólo Lenin las consideraba como una alternativa al gobierno ("todo el poder para los soviets"). Sin embargo, lo cierto es que cuando se produjo la caída del zar no eran muchos los rusos que superan qué representaban las etiquetas de los partidos revolucionarios o que, si lo sabían, pudieran distinguir sus diversos programas. Lo que sabían era que ya no aceptaban la autoridad, ni siquiera la autoridad de los revolucionarios que afirmaban saber más que ellos.

Vladimir Ilich Uliánov (Lenin)
La exigencia básica de la población más pobre de los núcleos urbanos era conseguir pan, y la de los obreros, obtener mayores salarios y un horario de trabajo más reducido. Y en cuanto al 80% de la población rusa que vivía de la agricultura, lo que quería era, como siempre, la tierra. Todos compartían el deseo de que concluyera la guerra, aunque en un principio los campesinos-soldados que formaban el grueso del ejército no se oponían a la guerra como tal, sino a la dureza de la disciplina y a los malos tratos a que les sometían los otros rangos del ejército. El lema "pan, paz y tierra" suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, especialmente para lo bolcheviques de Lenin, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250.000 al inicio del verano de ese mismo año. Contra lo que sustentaba la mitología de la guerra fría, que veía a Lenin esencialmente como un organizador de golpes de estado, el único activo real que tenían él y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder. Por ejemplo, cuando comprendió que, aun en contra del programa socialista, los campesinos deseaban que la tierra se dividiera en explotaciones familiares, Lenin no dudó por un momento en comprometer a los bolcheviques en esa forma de individualismo económico.

En cambio, el gobierno provisional y sus seguidores fracasaron al no reconocer su incapacidad de que Rusia  obedeciera sus leyes y decretos. Cuando los empresarios y hombres de negocios intentaron restablecer la disciplina laboral, lo único que consiguieron fue radicalizar las posturas de los obreros. Cuando el gobierno provisional insistió en iniciar una nueva ofensiva militar en junio de 1917, el ejército se negó y los soldados campesinos regresaron a sus aldeas para participar en el reparto de la tierra. La revolución se difundió a lo largo de las vías del ferrocarril que los llevaba de regreso. Aunque la situación no estaba madura para la caída inmediata del gobierno provisional, a partir del verano se intensificó la radicalización en el ejército y en las principales ciudades, y eso favoreció a los bolcheviques. El campesinado apoyaba abrumadoramente a los herederos de los narodniks, los socialrevolucionarios, aunque en el seno de ese partido se formó un ala izquierda más radical que se aproximó a los bolcheviques, con los que gobernó durante un breve período tras la revolución de octubre.

Asalto al Palacio de Invierno 1917
El afianzamiento de los bolcheviques -que en ese momento constituía esencialmente un partido obrero- en las principales ciudades rusas, especialmente en la capital, Petrogrado, y en Moscú, y su rápida implantación en el ejército, entrañó el debilitamiento del gobierno provisional, sobre todo cuando en el mes de agosto tuvo que recabar el apoyo de las fuerzas revolucionarias de la capital para sofocar un intento de golpe de estado contrarrevolucionario encabezado por un general monárquico. El sector más radicalizado de sus seguidores impulsó entonces a los bolcheviques a la toma del poder. En realidad, llegado el momento, no fue necesario tomar el poder, sino simplemente ocuparlo. El gobierno provisional, al que ya nadie defendía, se disolvió como una burbuja en el aire.

El programa de Lenin, de comprometer al nuevo gobierno soviético (es decir, básicamente al partido bolchevique) en la "transformación socialista de la república rusa" suponía apostar por la mutación de la revolución rusa en una revolución mundial, o al menos europea. ¿Quién -preguntaba Lenin frecuentemente- podía imaginar que la victoria del socialismo "pudiera producirse... excepto mediante la destrucción total de la burguesía rusa y europea"? Entre tanto, la tarea principal de los bolcheviques era mantenerse. El  nuevo régimen apenas hizo otra cosa por el socialismo que declarar que el socialismo era su objetivo, ocupar los bancos y declarar el "control obrero" sobre la gestión de las empresas, es decir, oficializar lo que habían ido haciendo desde que estallara la revolución, mientras urgía a los obreros que mantuvieran la producción.

El nuevo régimen se mantuvo. Sobrevivió a una dura paz impuesta por Alemania en Brest-Litovsk, unos meses antes de que los propios alemanes fueran derrotados, y que supuso la pérdida de Polonia, las provincias del Báltico, Ucrania y extensos territorios del sur y el oeste de Rusia. Diversos ejércitos y regímenes revolucionarios ("blancos") se levantaron contra los soviets, financiados por los aliados, que enviaron a suelo ruso tropas británicas, francesas, norteamericanas, japonesas, polacas, serbias, griegas y rumanas. En los peores momentos de la brutal y caótica guerra civil de 1918-1920, la Rusia soviética quedó reducida a un núcleo cercado de territorios en el norte y el centro. Los únicos factores de peso que favorecían el nuevo régimen, mientras creaba de la nada un ejército a la postre vencedor, eran la incompetencia y la división que reinaban entre las fuerzas "blancas", su incapacidad para ganar el apoyo del campesino ruso y la bien fundada sospecha de las potencias occidentales de que era imposible organizar adecuadamente a esos soldados y marineros levantiscos para luchar contra los bolcheviques. La victoria de éstos se había consumado a finales de 1920.

Así pues, contra lo esperado, la Rusia soviética sobrevivió. Los bolcheviques extendieron su poder y lo conservaron a lo largo de varios años de continuas crisis y catástrofes: la conquista de los alemanes y la dura paz que les impusieron, las secesiones regionales, la contrarrevolución, la guerra civil, la intervención armada extranjera, el hambre y el hundimiento económico. Cuando la nueva república soviética emergió de su agonía, se descubrió que conducían en una dirección muy distinta de la que había previsto Lenin.
El Ejército Rojo de Trabajadores y Campesinos (1920)

Sea como fuere, la revolución sobrevivió por tres razones principales. En primer lugar, porque contaba con un instrumento extraordinariamente poderoso, un Partido Comunista con 600.000 miembros, fuertemente centralizado y disciplinado. Ese modelo organizativo, propagado y defendido incansablemente por Lenin desde 1902, tomó forma después del movimiento insurreccional. Prácticamente todos los regímenes revolucionarios del siglo xx adoptarían una variante de ese modelo. En segundo lugar, era sin duda, el único gobierno que podía y quería mantener a Rusia unida como un estado, y para ello contaba con un considerable apoyo de otros grupos patriotas rusos (políticamente hostiles en otro sentido), como la oficialidad, sin la cual habría sido imposible organizar el nuevo ejército rojo. La tercera razón era que la revolución había permitido que el campesinado ocupara la tierra. En el momento decisivo, la gran masa de campesinos rusos -el núcelo del estado y de su nuevo ejército- consideró que sus oportunidades de conservar la tierra eran mayores si se mantenían los rojos que si el poder volvía a manos de la nobleza. Eso dio a los bolcheviques una ventaja decisiva en la guerra civil de 1918-1920. Los hechos demostrarían que los campesinos rusos eran demasiado optimistas.

La revolución mundial que justificaba la decisión de Lenin de implantar en Rusia el socialismo no se produjo y ese hecho condenó a la Rusia soviética a sufrir, durante una generación, los efectos de un aislamiento que acentuó su pobreza y su atraso. Las opciones de su futuro desarrollo quedaban así determinadas, o al menos fuertemente condicionadas. Sin embargo, una oleada revolucionaria barrió el planeta en los dos años siguientes a la revolución de octubre y las esperanzas de los bolcheviques, prestos para la batalla, no parecían irreales.

Desmembración del imperio austro-húngaro (1919)
Los acontecimientos de Rusia no solo crearon revolucionarios sino revoluciones. En enero de 1918, pocas semanas después de la conquista del Palacio de Invierno, y mientras los bolcheviques intentaban desesperadamente negociar la paz con el ejército alemán que avanzaba hacia sus fronteras, Europa central fue barrida por una oleada de huelgas políticas y manifestaciones antibelicistas que se iniciaron en Viena para propagarse a través de Budapest y de los territorios checos hasta Alemania, culminando en la revuelta de la marinería austrohúngara en el Adriático. Cuando se vio con claridad que las potencias centrales serían derrotadas, sus ejércitos se desintegraron. En septiembre, los soldados campesinos búlgaros regresaron a su país, proclamaron la república y marcharon sobre Sofía, aunque pudieron ser desarmados con la ayuda alemana. En octubre, se desmembró la monarquía de los Habsburgo, después de las últimas derrotas sufridas en el frente de Italia. Se establecieron entonces varios estados nacionales nuevos con la esperanza de que los aliados victoriosos los preferirían a los peligros de la revolución bolchevique. La primera reacción occidental frente al llamamiento de los bolcheviques a los pueblos para que hicieran la paz -así como su publicación de los tratados secretos en los que los aliados habían decidido el destino de Europa- fue la elaboración de los catorce puntos del presidente Wilson, en los que se jugaba la carta del nacionalismo contra el llamamiento internacionalista de Lenin. Se iba a crear una zona de pequeños estados nacionales para que sirvieran a modo de cordón sanitario contra el virus rojo. A principios de noviembre, los marineros y soldados amotinados difundieron por todo el país la revolución alemana desde la base naval de Kiel. Se proclamó la república y el emperador, que huyó a Holanda fue sustituido al frente del estado por un ex guarnicionero socialdemócrata.

La revolución que había derribado todos los regímenes desde Vladivostok hasta el Rin era una revuelta contra la guerra, y la firma de la paz diluyó una gran parte de su carga explosiva. Por otra parte, su contenido social era vago, excepto en los casos de los soldados campesinos de los imperios de los Habsburgo, de los Romanov y turco, y en los pequeños estados del sureste de Europa. Allí se basaba en cuatro elementos principales: la tierra, y el rechazo de las ciudades, de los extranjeros (especialmente los judíos) y de los gobiernos. Esto convirtió a los campesinos en revolucionarios, aunque no en bolcheviques, en grandes zonas de Europa central y oriental, pero no en Alemania (excepto en cierta medida en Baviera), ni en Austria ni en algunas zonas de Polonia. Para calmar su descontento fue necesario inducir algunas medidas de reforma agraria incluso en algunos países conservadores y contrarrevolucionarios como Rumania y Finlandia. Por otra parte en los países en los que constituía la mayoría de la población, el campesinado representaba la garantía de que los socialistas, y en especial los bolcheviques, no ganarían las elecciones generales democráticas. Aunque esto no convertía necesariamente a los campesinos en bastiones del conservadurismo político, constituía una dificultad decisiva para los socialistas democráticos o, como en la Rusia soviética, los forzó a la abolición de la democracia electoral. Por esa razón, los bolcheviques, que habían pedido una asamblea constituyente, la disolvieron pocas semanas después de los sucesos de octubre. La creación de una serie de pequeños estados nacionales según los principios enunciados por el presidente Wilson, frenó el avance de la revolución bolchevique.

Por otra parte, el impacto de la revolución rusa en las insurrecciones europeas de 1918-1919 era tan evidente que alentaba en Moscú la esperanza de extender la revolución del proletariado mundial. Mientras que en Rusia y en Austria-Hungria, vencidas en la guerra, reinaba una situación realmente revolucionaria, la gran masa de soldados, marineros y trabajadores revolucionarios de Alemania eran tan moderados y observantes de la ley, que no era un país donde cabía esperar que se produjeran insurrecciones.

Sin embargo, la revolución alemana de 1918 confirmó las esperanzas de los bolcheviques rusos, tanto más cuanto que en 1918 se proclamó en Baviera una efímera república socialista, y en la primavera de 1919, tras el asesinato de su líder, se estableció una república soviética, de breve duración, en Munich. Estos acontecimientos coincidieron con un intento más serio de exportar el bolcheviquismo hacia Occidente, que culminó en la creación de la república soviética húngara de marzo-julio de 1919. Naturalmente ambos movimientos fueron sofocados con la brutalidad esperada. Aunque el año 1919, el de mayor inquietud social en Occidente, contempló el fracaso de los únicos intentos por propagar la revolución bolchevique, y a pesar de que en 1920 se inició un rápido reflujo de la marea revolucionaria, los líderes bolcheviques de Moscú no abandonaron, hasta bien entrado 1923, la esperanza de ver una revolución en Alemania.

La Tercera Internacional (comunista)
Fue en 1920 cuando los bolcheviques cometieron lo que hoy se nos aparece como un error fundamental, al dividir permanentemente al movimiento obrero internacional. Lo hicieron al estructurar su nuevo movimiento comunista internacional según el modelo del partido de vanguardia de Lenin, constituido por una elite de "revolucionarios profesionales" con plena dedicación. Con pocas excepciones, en los partidos socialistas y obreros existían fuertes movimientos de opinión favorable a la integración en la nueva Tercera Internacional (comunista), que crearon los bolcheviques en sustitución de la Segunda Internacional (1889-1914), desacreditada y desorganizada por la guerra mundial a la que no había sabido oponerse. En efecto, los partidos socialistas de Francia, Italia, Austria y Noruega, así como los socialistas independientes de Alemania, votaron en ese sentido, dejando en minoría a los adversarios del bolchevismo. Sin embargo, lo que buscaban Lenin y los bolcheviques no era un movimiento internacional de socialistas simpatizantes con la revolución de octubre, sino un cuerpo de activistas totalmente comprometido y disciplinado: una especie de fuerza de asalta para la conquista revolucionaria. A los partidos que se negaron a adoptar la estructura leninista se les impidió incorporarse a la nueva Internacional, o fueron expulsados de ella, porque resultaría debilitada si aceptaba esas quintas columnas de oportunismo y reformismo. Dado que la batalla era inminente sólo podían tener cabida los soldados.

Sun Yat-Sen, líder del Kuomintang
Para que esa argumentación tuviera sentido debía cumplirse una condición: que la revolución mundial estuviera aún en marcha y que hubiera nuevas batallas en la perspectiva inmediata. Sin embargo, aunque la situación europea no estaba ni mucho menos estabilizada, en 1920 resulta evidente que la revolución bolchevique no era inminente en Occidente. Entonces, las perspectivas revolucionarias se desplazaron hacia el este, hacia Asia, que siempre había estado en el punto de mira de Lenin. Así, entre 1920 y 1927 las esperanzas de la revolución mundial parecieron sustentarse en la revolución china, que progresaba bajo Kuomintang, partido de liberación nacional, cuyo líder Sun Yat-sen (1866-1925), aceptó el modelo soviético, la ayuda militar soviética y el nuevo Partido Comunista chino como parte de su movimiento. La alianza entre el Kuomintang y el Partido Comunista avanzaría hacia el norte desde sus bases de la China meridional, en el curso de la gran ofensiva de 1925-1927, situando a la mayor parte de China bajo el control de un solo gobierno por primera vez desde la caída del imperio en 1911, antes de que el principal general del Kuomintang, Chiang Kai-shek, se volviera contra los comunistas y los aplastara.

En 1921, la revolución se batía en retirada en la Rusia soviética, aunque el poder político bolchevique era inamovible. Además, el tercer congreso de la Comintern reconoció -sin confesarlo abiertamente- que la revolución no era factible en Occidente al hacer un llamamiento en pro de un "frente unido" con los mismos socialistas a los que el segundo congreso había expulsado del ejército del progreso revolucionario. Los revolucionarios de las siguientes generaciones disputarían acerca del significado de ese hecho. De todas formas, ya era demasiado tarde. El movimiento se había dividido de manera permanente. La mayoría de los socialistas de izquierda se integraron en el movimiento socialdemócrata, constituido en su inmensa mayoría por anticomunistas moderados. Por su parte, los nuevos partidos comunistas pasarían a ser una apasionada minoría de la izquierda europea (con algunas excepciones como Alemania, Francia o Finlandia). Esta situación no se modificaría hasta la década de 1930.




Fuente:
Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Capitulo II, pág.62, Crítica (Grijalbo Mondadori S.A.), 1998.

Imágenes:
http://isemodernworldhistorygrade9.wikispaces.com/Lenin,+Trotsky,+and+the+Bolshevik+Revolution.+Contributions+of+Leni+and+Trotsky+to+the+Bolshevik+Revolution%3F
http://es.wikipedia.org/wiki/Lenin
http://www.uruguayeduca.edu.uy/Portal.Base/Web/verContenido.aspx?ID=205113
http://historiaglobalonline.com/2009/09/la-revolucion-rusa-en-imagenes-1917-1953/
http://encontrarte.aporrea.org/efemerides/e2081.html
http://www.historycentral.com/asia/Kuomintang.html

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