viernes, 1 de junio de 2012

Artigas, el jefe rebelde (Parte I)

La revolución de la independencia se propagó en la Banda Oriental con una gran insurrección rural, de consecuencias inesperadas: las montoneras de Artigas. Estas originaron la disidencia federal, que desafió al gobierno central e impuso su disolución en 1820. Aquellos hechos fueron determinantes en la constitución de los estados del Plata, y signaron las luchas federales por más de medio siglo. Los precursores de la historiografía rioplatense condenaron el alzamiento de Artigas y sus "hordas" como una especie de bandolerismo. Las revisiones posteriores rectificaron ese juicio pero no aclararon los orígenes del caudillo como bandolero, que es la cuestión que pretendemos develar.



Cuando Artigas desertó del sitio de Montevideo en 1814, el director Posadas suscribió un bando que lo declaraba fuera de la ley, llamándole "bandido", "anarquista" y ofreciendo 6.000 pesos de recompensa a quien lo entregara vivo o muerto¹. Aquel trato degradante como a un vulgar delincuente, se explicita en el librelo que que hizo publicar Pueyrredón en 1918, redactado por Sáinz de Cavia, donde se escribía su trayectoria de "capitán de bandidos, jefe de changadores y contrabandistas", luego "indultado de sus delitos", desertor de las filas españolas por resentimiento y, en suma, un "nuevo Atila" de las comarcas que "protegía".

El aludido se negó a desmentir éste y otros ataques semejantes. Dicen que dijo "mi gente no sabe leer". Sin embargo, hay testimonios de que él mismo recurrió en forma sistemática a la propaganda panfletaria. Tal vez prefería no enredarse en explicaciones sobre su pasado.

Condena y revisión


En el Facundo, Sarmiento retrató a Artigas como arquetipo del caudillo bárbaro: habiendo sido un "contrabandista temible", fue investido comandante de campaña "por transacción", para someterlo a la autoridad y así llegó a conducir las "masas de a  caballo" en un movimiento hostil a cualquier forma de civilización. En Conflictos y armonías afirmó que "era un salteador, nada más, nada menos", "treinta años de práctica asesinando o rabando" como jefe de bandoleros eran sus títulos para mandar "sobre el paisanaje de indiadas alborotadas por una revolución política".

El joven Mitre, atraído por su imagen tal como Sarmiento por Facundo, comenzó a escribir una biografía que dejó inconclusa. En sus libros, durante mucho tiempo indiscutibles como versión de la historia de la independencia, lo llamó "caudillo del vandalaje", concluyendo que "era el jefe natural de la anarquía permanente", "enemigo de todo gobierno general y de todo orden regular", aunque también vio en él y otros jefes gauchos la expresión de una "democracia semibárbara" de las masas populares frente a los extravíos oligárquicos y monarquistas del grupo directorial".

Vicente Fidel López, refiriéndose a la "insurrección de las montoneras", observaba que los gauchos fueron, a pesar de todo, un pueblo libre, que "introdujo una revolución social en el seno de la revolución política de Mayo, moviéndola en un sentido verdaderamente democrático"; pero fue absolutamente lapidario con Artigas, "bandido fuera de la ley común de las gentes" que "barbarizó la guerra".

Sólo las opiniones del último Alberdi denunciaron "la leyenda creada por el odio de Buenos Aires", reconociendo a Artigas el carácter de jefe popular y a sus montoneras el de una "guerra del pueblo" por la democracia y la independencia, en las condiciones de atraso propias de la realidad americana.

Después de las agrias polémicas que suscitó en 1883 la reivindicación oficial del caudillo en Uruguay, todas las vertientes historiográficas contribuyeron a una interpretación más equilibrada de las luchas federales. Si Artigas había adquirido en su patria chica la estatura de prócer nacional, diversos enfoques revisionistas lo reclamaron también como "prócer argentino". Estos discursos reivindicatorios enfatizaron su imagen patricia conforme a los cánones ejemplarizadores clásicos y negaron las "leyendas" sobre su pasado bandolero. En cuanto a las montoneras, caracterizadas desde distintas visiones como guerrillas gauchas, mesnadas indígenas o bandas de salteadores, el tema siguió siendo polémico. La investigación académica ha esclarecido los conflictos de la época revolucionaria profundizando el conocimiento del contexto socioeconómico, pero dificilmente ha podido sustraerse a la tradición partidista al enfocar las contradicciones del siglo XIX.

La publicación del Archivo Artigas en Montevideo proporcionó nuevas evidencias de que el hombre actuó como contrabandista, aunque los historiadores uruguayos no ahondaron el asunto. Algunos lo justificaron argumentando sobre la irracionalidad de la legislación española, opuesta a lo que era "ley social de la época", y destacando que "casi nadie quedó afuera" del contrabando en la sociedad colonial8.

El problema sin embargo, excede largamente los juicios morales sobre el prócer y la constatación de la distancia entre la letra de la ley y las costumbres en la sociedad criolla. La etapa de bandolero de Artigas -más allá de los argumentos prejuiciosos de sus detractores- suscita interrogantes que no pueden ser soslayados. Aquellas andanzas gauchescas ¿fueron episodios intrascendentes en la vida de un hijo de la clase patricia? ¿Fueron solo una quijotada entre los aborígenes, o el fundamento de la carrera del caudillo rural? ¿Hasta dónde rompió con ese pasado para convertirse en soldado del rey? En la lucha de las clases de la revolución, ¿se comportó como parte del grupo de los hacendados, como un jefe militar populista o como adalid de los gauchos? Y en cuanto a la guerra montonera, ¿fue una forma de superación o de regresión al bandidaje? Estas cuestiones requieren examinar la prehistoria del "Protector de los Pueblos Libres" en relación con los acontecimientos de la década revolucionaria.

La teoría del bandolerismo


Los estudios sobre el bandolerismo y la resistencia campesina proponen otros puntos de vista. Eric J. Hobsbawm presentó el fenómeno universal de los bandidos sociales, apoyados por poblaciones campesinas (también pastoriles) que los reconocían como protectores frente a un poder opresor. La solidaridad activa y simbólica con el rebelde -el joven perseguido por actos que las costumbres no consideran verdaderamente delictivos, que se distinguen por "corregir los abusos" y "robar al rico para ayudar a los pobres", empleando la violencia con ciertos límites- expresaría una "forma primitiva de protesta" en sociedades agrarias precapitalistas donde se quiebra el equilibrio tradicional, en la medida en que no existen otras formas de organización de los intereses campesinos. Según Hobsbawm, estos bandidos legendarios -que con frecuencia eran contrabandistas o desertores- encarnan las demandas de justicia en el marco de la cultura tradicional. A veces, fracasados los intentos de suprimirlos, las autoridades acordaban con ellos, incluso tomándolos a su servicio, y a menudo se sumaban a los levantamientos rurales o las revoluciones que movilizaban a las masas: su contribución como líderes revolucionarios por lo general fue importante en el plano militar, aunque su inserción en la complejidad de los procesos políticos resultaba más difícil.

Anton Blok y otros autores "revisaron" el modelo de Hobsbawm en cuanto a la "solidaridad de clase" del bandido con los campesinos, subrayando en ciertos casos su interdependencia con los sostenedores del poder; observaron que no siempre surge de un campesino tradicional, sino también en poblaciones rurales estratificadas o heterogéneas, y cuestionaron asimismo el carácter prepolítico o precapitalista del fenómeno. Las investigaciones compiladas por Richard W. Slatta sobre las variantes del bandolerismo en América Latina ofrecen un panorama sugerente, cuyas conclusiones intentan refutar a Hobsbawm y no encuentran al auténtico bandido social, aunque si a otros que se le parecen. Acerca de Argentina, lamentablemente Slatta se limita a una visión esquemática de la pampa bonaerense del siglo XIX.

En lo que afecta a nuestro tema, Slatta y Miguel Izard comparan las pampas con los llanos venezolanos al explicar la matriz social de la marginalidad y la insurgencia de llaneros y gauchos en la revolución13. Respecto a ellos, extendiendo el análisis de Christon Archer sobre los bandoleros en las guerras de la independencia mexicana, Slatta postula la categoría de "bandidos guerrilleros": marginales que medraron en los conflictos y el desorden, interesados más en el botín y el provecho propio que en la ideología política o el patriotismo, "cambiando de lado según su cálculo del mayor beneficio potencial". Entrarían en este rango las montoneras, que Slatta define en términos apenas diferentes que Sarmiento o López, como "levantamientos populistas" de los gauchos "siguiendo a los caudillos federales del interior que les prometían el saqueo".

Dejando de lado las otras cuestiones metodológicas y de fondo que suscitaron los debates en torno a Hobsbawm y sus contradictores, así como las comparaciones de la historia latinoamericana, que merecen ser ahondadas con mayor fundamento, nos ceñimos aquí al caso de Artigas y sus montoneras, relacionando nuestros dilemas historiográficos con las interpretaciones de las teorías del bandolerismo.

El joven bandolero


Artigas provenía de una familia ligada al campo, de modesto linaje que había adquirido cierta fortuna dentro de la precaria economía rural de aquellos tiempos. El abuelo, José Antonio Artigas, era un soldado aragonés, iletrado, casado en Buenos Aires con la hermana de un compañero de armas, que integró en 1724 el contingente enviado a fundar Montevideo, lo cual le permitió obtener la concesión gratuita de chacras y estancias; entre otros cargos, fue cabildante y alcalde de Hermandad (policía rural), cumpliendo un papel importante en las relaciones con los indios. El más destacado de sus vástagos, Martín José, desempeñó funciones similares, dirigió establecimientos de la familia y participó del gremio de hacendados, aunque fue desplazado de la dirección por el grupo de los más ricos. Casado con Francisca Pasqual Arnal, otra descendiente de fundadores, el tercero de sus seis hijos José Gervasio, nacido en 1764, según un dudoso registro bautismal donde se agregó la anotación falsificando la firma del cura.

El niño cursó las primeras letras en la escuela franciscana de Montevideo. El testimonio de su ex condiscípulo Nicolás de Vedia dice que "era un muchacho travieso e inquieto, inobediente y propuesto a sólo usar de su voluntad". Su abuelo materno testó una capellanía para que siguiera la carrera de sacerdote, pero no recibió más que una instrucción elemental antes de inclinarse a las tareas rurales a que se dedicaban sus mayores.

Sáinz de Cavia -quien siendo escribano en Montevideo conoció a los Artigas y registró incluso actas de la familia-, afirma en el texto antes citado que dificilmente habría en aquella ciudad alguien que ignore "la historia de Artigas en los primeros años de su juventud", y relata que "sustraido a la patria potestad por dar rienda suelta a sus pasiones, se precipitó muy temprano en la carrera del desenfreno". Abandonó la casa paterna, se internó en la campaña y se hizo famoso por "crímenes horribles", encabezando bandas de changadores (vaqueros que hacían faenas clandestinas) y contrabandistas que cometían "todo género de violencias".



Vedia refiere que siendo apenas adolescente -como de 14 años- se marchó de un establecimiento de la familia y "ya no paraba en sus estancias, sino una que otra vez ocultándose a la vista de sus padres"; su ocupación era "correr alegremente por los campos, changuear y comprar  en éstos ganados mayores y caballadas para irlos a vender a Brasil, algunas veces contrabandear en cueros secos, y siempre haciendo la primera figura entre los muchos compañeros". En el manuscrito de la biografía que nunca completó, Bartolomé Mitre siguió la narración de su suegro Vedia con variantes, basadas seguramente en otras referencias: sería a los 14 cuando lo enviaron al campo, a los 18 dejó la casa "y se unió a una partida contrabandista". Dice que llegó a ejerce un "dominio patriarcal" en toda la comarca y narra varios incidentes con sus perseguidores: en una de estas ocasiones hizo ultimar sus cabalgaduras agotadas y, parapetado con sus hombres tras ellas, resistieron a tiros a la partida hasta que lograron cambiar de monta y huir; este episodio había sido narrado también en las Memorias del general Miller.

Otras descripciones legendarias dicen que Artigas detenía a los malvados con "el fuego de su mirada" y montaba "como ninguno", amasando los equinos al estilo indio. Se contaba que llegó a reunir una fuerza de hasta 200 hombres y se alió con los contrabandistas de Río Grande. Antiguos testimonios indican también que estaba asociado en las faenas clandestinas con un estanciero de la zona del río Queguay llamado Chatre o Chantre.

El texto de Cavia apunta que "en los archivos de Montevideo se conservan muchos testimonios de las depredaciones, resistencias a la justicia, asesinatos y maldades de toda especie" de la gavilla de Artigas. Sólo conocemos algunos de tales documentos, pero alcanzan para verificar lo esencial.

Según los partes oficiales, en marzo de 1794, en las serranías donde nace el río Cuareim, una comisión dirigida por el capitán Agustín de la Rosa, jefe de la guardia de Melo, sorprendió a varios changueadores cuereando vacunos, y avanzó contra ellos sin alcanzarlos. Cuatro días después, el campamento de los soldados fue atacado de noche, mataron a un centinela y les robaron la caballada. Dos detenidos declararon después que en aquel paraje se habían juntado varias cuadrillas, sumando alrededor de 50 hombres, una de ellas comandada por Artigas; los cabecillas del ataque al campamento, Artigas y un tal Bordón, se internaron luego hacia la frontera. Esta versión coincide perfectamente con la que Mitre recogió seguramente de fuente oral -sin precisar fecha y sin mencionar la muerte del soldado centinela-, relatando que el capitán regresó "todo magullado" y fue objeto de burlas por sus colegas, lo cual desalentó las persecuciones contra Artigas. Las "leyendas" decían que las tropas del rey, escarmentadas,  eludían encontrarse con él o se resistían a buscarlo.

Otros documentos revelan que a fines de 1795, el gobernador Olaguer y Feliú de Montevideo instruyó al jefe de la guardia del Cuareim para intercepatar dos grandes arreos, de 4000 y 2000 animales, que iban al parecer a una estancia fronteriza de Batoví (donde Vedia contaba haber visto a Artigas dos años antes); uno era conducido por "Pepe Artigas, contrabandista conocido de esta ciudad". Una partida reforzada al mando del subteniente Hernández, logró acercarse a él, que según los datos recogidos encabezaba unos 80 hombres armados, muchos de ellos brasileños. El 14 de enero divisaron un arreo y el subteniente movilizó sus tropas por ambos lados del arroyo Sarandí para atacarlos, pero una de las columnas se topó con 200 charrúas, que no llevaban arreo alguno y los acometieron causándoles dos muertos y tres heridos graves. Hernández reagrupó fuerzas y parlamentó con los caciques, quienes alegaron haberlos confundido con unos changueadores que andaban por allí despojándoles sus majadas. La poco creíble excusa no disipó la presunción de las autoridades de que esos indios estaban colaborando con Artigas.

Es evidente que el joven Artigas era un bandido, es decir un perseguido por la justicia por diversos delitos. ¿Cómo llegó a esa situación un hijo de estancieros? No porque lo empujara la miseria o la ambición de riquezas. Debe haber otra explicación de su impulso de "echarse al monte", descrito por Vedia como "dar rienda suelta a sus pasiones" y por Mitre como "sed de aventura". Es posible que viviera algún conflicto con su familia. De cualquier modo, su experiencia fue semejante a la de tantos "mozos perdidos" de los asentamientos coloniales que engrosaron la clase de los gauchos, también llamados "hombres sueltos" por no estar vinculados a ningún patrón ni porción de tierra. Entre estos descastados abundaban prófugos de la justicia, esclavos fugados y desertores, pero también europeos, criollos o indios que rechazaban las ataduras de su comunidad de origen. El sistema de control legal de las personas, si bien poco efectivo y sujeto a muchas arbitrariedades, los trataba en general como bandidos. Artigas se convirtió en uno de ellos, claro que siempre como líder o cabecilla, e hizo aquella vida durante no menos de quince años.



Continúa....


Fuente:

Artículo de Hugo Chumbita. Publicado en revista Todo es Historia N° 356, Buenos Aires, marzo de 1997




No hay comentarios:

Publicar un comentario