El llamado a la revolución
El incidente de Colonia, cuando Artigas tuvo un entredicho con el brigadier Muesas por la indisciplina de sus hombres, precipitó su deserción de las filas realistas. Sin embargo, otros antecedetentes explican mejor esa determinación. Algunos parientes suyos como los Monterroso -familia de la que provenía un sobrino segundo, fray José Monterroso, quien luego fue su secretario y asesor- conspiraban para sumarse a los patriotas y contaban con él.
La insurrección rural en la Banda Oriental fue una estrategia deliberada del gobierno de Buenos Aires ante el pronunciamiento adverso de Montevideo. El "Plan de Operaciones" que Moreno elaboró en agosto de 1810 contemplaba aquel alzamiento, a cuyo fin era necesario atraer "por cualquier interés y promesas" a dos hombres: el capitán Dragones José Rondeau y el capitán Blandengues José Artigas, por "sus conocimientos que nos consta son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto". La idea era que el ejército patriota regular tuviera como avanzada algunos cuerpos formados por gauchos, reclutando a desertores, delincuentes y "vagos", de quienes habría que deshacerse luego de la consolidación del Estado. El texto incluía una lista de "sujetos", entre ellos Venancio Benavidez, los hermanos y primos de Artigas y otros, los cuales "por lo conocido de sus vicios son capaces para todo, que es lo que conviene en las circunstancias por los talentos y opiniones populares que han adquirido por sus hechos temerarios".
La información sobre los personajes de la campaña se ha atribuido a la colaboración en el documento de Manuel Belgrano, quien había pasado largas temporadas en su estancia de Mercedes. Lo cierto es que los patriotas tomaron contacto con los dos capitanes, y Artigas se convirtió efectivamente en el líder del levantamiento. El Plan muestra que la Junta contaba con sus ascendiente popular, aunque también trasluce la desconfianza sobre el papel de aquellos gauchos en el desarrollo ulterior de la revolución.
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José Artigas y sus montoneras |
En febrero de 1811 Artigas viajó a Buenos Aires para ponerse a las órdenes de la Junta y el primer foco insurgente fue promovido en Mercedes, invocando su nombre, por Benavidez, el gaucho brasileño Pedro Viera y otro de los sujetos aludidos en el Plan de Operaciones. A partir de allí, con la participación de un grupo de blandengues, se organizaron las primeras montoneras.
Artigas volvió con el grado de teniente coronel y sus fuerzas entraron en acción, jugando un rol decisivo los miembros de su grupo familiar. La toma de San José fue dirigida por su primo, Manuel Artigas, que murió en el combate. Su hermano Manuel Francisco reclutó unos 300 gauchos en la zona este, engrosando el millar de jinetes y soldados con los que derrotó a los españoles en las Piedras. Si bien lo ascendieron a coronel por aquel triunfo, en el sitio a Montevideo quedó subordinado a Rondeau, jefe militar de mayor confianza para los porteños. Allí comenzaron las divergencias que terminaron por enfrentarlo al gobierno de Buenos Aires, cuando éste subordinó la lucha independentista a las negociaciones con los realistas, los portugueses y las potencias europeas.
La guerra montonera
La guerra montonera y el caudillaje de Artigas prolongaron algunos rasgos de su experiencia anterior como bandolero y gendarme rural. El conocía a fondo la capacidad de lucha de los gauchos, su movilidad ecuestre y su habilidad con las armas de faena, y los empleó con éxito como partidas guerrilleras, actuando en forma independiente o combinada con la movilización de los cuerpos de ejército.
Convocar a los gauchos -"los vagos, impropietarios y malvados" según el libelo de Cavia- implicaba riesgos. Los documentos muestran a Artigas empeñado en la organización militar y actuando con mano dura para imponer disciplina. Durante el "éxodo" por la costa del Uruguay, seguido por miles de pobladores, hizo juzgar y fusilar en el campamento del Quebracho a tres "malevos" convictos de robos y violencias, y el 1° de Diciembre de 1811 dirigió un bando a sus fuerzas: "si aún queda alguno mezclado entre vosotros que no abrigue sentimientos de honor, patriotismo y humanidad, que huya lejos del ejército que deshonra y en el que será de hoy en más escrupulosamente perseguido".
A fines de 1811Artigas convocó también a los "indios bravos", utilizando como emisario al caciquillo Manuel. Desde entonces varias tribus charrúas acompañaron su ejército o actuaron como aliados, permitiéndole controlarla campaña. No sólo le sirvieron de espías y lo auxiliaron para obtener abastecimientos, sino que hostilizaron a los portugueses e incluso reforzaron a las formaciones de combate frontal, sufriendo graves pérdidas. A pesar del tratado que suspendía la guerra, en diciembre de 1811 Artigas deshizo una columna invasora en Belén sorprendiéndolos con una fuerza de mixta de 500 blandengues y 450 indios.
En la guerrilla montonera, Artigas mezcló las astucias de baqueano y bandolero con las técnicas políticas revolucionarias. Sus hostilidades con Sarratea durante el sitio de Montevideo, en 1812, comenzaron cortándole los auxilios de Buenos Aires, le hizo escasear los abastecimientos en las estancias y al fin aplicó su golpe infalible: le sustrajo en dos noches cerca de 4.000 caballos y bueyes, dejándolo inmovilizado frente a la ciudad. Su antiguo superior Viana, al servicio del Directorio porteño, aconsejaba al coronel Moldes precaverse de Artigas y le advertía cuál era sus táctica: primero, hacer propaganda con "papeles" o panfletos; segundo, alejar las haciendas del lugar donde se sitúa el adversario; tercero, despojarle de las caballadas.
La conducción de Artigas, basada en su autoridad carismática sobre los paisanos, se mantuvo localizada en el campo. Saint-Hilaire afirma que tenía "las mismas costumbres de los indios, cabalgaba tan bien como ellos, viviendo del mismo modo y vistiendo en extrema simplicidad". Cavia señala "el aparente desprendimiento de este hombre, la simplicidad de su vestido y la identidad de sentimientos, usos y modales con muchas gentes de las que le rodean" y observa que "siempre ha permanecido en campaña". Sarmiento apuntó también ese rasgo de su carácter: "no frecuentó ciudades nunca". En 1815, la capital de Protectorado que estableció Artigas en alianza con varios gobernantes provinciales, se situó a distancia de Montevideo y cerca de Arerunguá. Los visitantes se asombraban de la austeridad del cuartel general de "La Purificación", donde imperaban las costumbres de los gauchos.
Dada la escasez de recursos con que se desarrollaron aquellas campañas, era inevitable que las partidas irregulares de gauchos cobraran su recompensa con el eventual botín, y seguramente hubo episodios de bandolerismo oportunista en medio del desorden de la guerra. En 1815 se levantaron muchas protestas contra las "partidas sueltas" que avanzaban contra el ganado con y sin dueño para faenarlo, ante lo cual el Protector reclamó orden, pero sobre todo mayores controles del comercio montevideano de animales y cueros mal habidos. En realidad los despojos confiscaciones en el campo habían comenzado en 1811, contra los patriotas desafectos al gobierno español, continuaron con la invasión portuguesa -incluso en perjuicio de hacendados realistas- y luego por las fuerzas de Buenos Aires, diezmando los ganados y destruyendo estancias y poblaciones.
El saqueo del enemigo y las exacciones para abastecerse eran práctica usual en la época por cualquier fuerza armada: no sólo en el caso de las explícitas patentes de corso que premiaban con las mercaderías de las "presas" a los corsarios, sino también por los ejércitos regulares, americanos o europeos. Hay innumerables testimonios sobre los hechos de rapiña que ejecutaban los cuerpos militares, de manera espontánea y por expresas órdenes de los jefes, en la Banda Oriental como en todo el escenario de las guerras externas e internas.
Hobsbawm distingue una "forma superior" de bandolerismo social, el de los haiduks, grandes grupos de jinetes salteadores que en Hungría y los Balcanes constituyeron focos permanentes de guerrillas, apoyados en sus comunidades, contra la dominación de las potencias invasoras. Algunas bandas de gauchos, así como las montoneras indígenas, presentaban rasgos semejantes, en la medida en que su condición marginal era más acentuada y en tanto mantenían sus jefaturas tradicionales. Resulta diferente sin embargo el caso de las partidas de jinetes criollos que fueron reunidas para guerrear por la revolución. Es evidente que su acción adquirió connotaciones de lucha social y de revancha contra la clase alta, como señalaron Sarmiento y Paz. Pero en tanto fueron organizadas y conducidas por caudillos político-militares como Artigas, no diferían demasiado de los cuerpos de milicia de la época.
Entre los comandantes de Artigas había gauchos, indios y ex bandidos que cumplieron roles descollantes. A Pedro Amigo se lo ha caracterizado como "caudillo de extracción bandolera". A José García de Culta, quien en 1812 inició el sitio de Montevideo al frente de una partida de irregulares, se le reprochó haberse convertido en salteador, aunque luego se reintegró a la disciplina militar. Encarnación Benitez fue otro gaucho indomable de turbio origen que acostumbraba a hacer justicia por mano propia. A veces el comportamientos de estos hombres y de algunos caciques indígenas fue motivo de protestas, obligando al Protector a intervenir para pedirles cuentas y reconvenirlos, aunque los defendió de cargos injustos y a menudo les dio la razón. En 1815 el Cabildo imputaba al "Pardo" Encarnación haber esparcido "hasta cinco partidas" para hacer estragos -lo cual Artigas consideró exagerado, pues sólo mandaba doce hombres- y, entre otros crímenes, "distribuir ganados y tierras a su arbitrio".
Andrés Guacurarí Artigas, un indígena guaraní, fue el brazo armado del caudillo en la zona de Misiones, disputada por los portugueses, paraguayos y rioplatenses. Aquellos indios cristianizados constituían un sector marginal de la sociedad criolla tras el proceso de disgregación que sufrieron sus poblados. Cuando en 1815 las montoneras de "Andresito" tomaron Candelaria y otras localidades ocupadas por los paraguayos, el dictador Francia reaccionó indignado tratándolos de "brutos, malvados y ladrones, sin ley ni religión, que con su caudillo bandolero de profesión se han propuesto vivir engañando, alborotando y robando a todo el mundo".
En 1818 el Protector envió a Andresito a sofocar el golpe disidente en Corrientes que había depuesto al gobernador aliado, Juan Bautista Méndez. Andresito marchó con un millar de hombres, aplastó a las tropas que lo enfrentaron, repuso a Méndez en el gobierno civil y desempeñó la gobernación militar durante siete meses. A pesar del escándalo que suponía esa intrusión en las "hordas" de la periferia aborigen en los asuntos públicos locales, que hasta entonces se habían resuelto en el seno de la clase principal de la ciudad, el comportamiento de los ocupantes no parece haber sido tan bárbaro como se temía, según ilustran las crónicas del período.
El irlandés Pedro Campbell, que acompañó a Andresito a Corrientes y lo apoyó con su flotilla del Paraná, era otro personaje excepcional sumado a la revolución. Así como se había hecho jinete y baqueano en las pampas, sirviendo a Artigas se convirtió en navegante y corsario. A la par de otros aventureros de diverso origen, fue uno de los principales ejecutores de la estrategia de la guerra fluvial contra porteños españoles y portugueses. Las tripulaciones que comandó Campbell conformaban una suerte de montonera de gauchos e indios que se lanzaban al abordaje de las naves rivales, y ciertamente aquellas acciones recompensadas con el botín tenían gran analogía con la lucha de las partidas guerrilleras de jinetes.
Una preocupación constante de Artigas en sus roles de bandolero, gendarme revolucionario fue impartir justicia con un sentido igualitario. "No hay que invertir el orden de la justicia; (hay que) mirar por los infieles y no desampararlos sin más delito que su miseria" -le recomendaba al gobernador de Corrientes, expresando su desdén por los privilegios aristocráticos-; "olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna". Con relación a los pueblos indios, en sus instrucciones para que "se gobiernen por si" eligiendo sus propios administradores, le recordaba al gobernador "que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para nosotros" mantenerlo excluidos "por ser indianos".
Artigas asumió de manera integral los principios liberales y republicanos de la emancipación, que las elites aceptaban con muchas reservas. En su modo de ver seguramente influían las costumbres de las pampas y las antiguas tradiciones milenaristas, más que la lectura de Russeau. El orgullo de hombres libres de los gauchos era congruente con la orientación democrática de la revolución, como afirmaban Mitre y López. Escuchando a otros hombres más instruidos, interesándose por conocer el sistema federal norteamericano, Artigas expresó una síntesis del sentido común popular con las doctrinas progresistas de su tiempo y reclamó fundar el poder político en los derechos de representación de los individuos y de las regiones, todos en pié de igualdad.
Esto es notable en las acciones de gobierno que impulsó, y en particular de su famoso plan agrario. Las comunicaciones del Protector con el Cabildo de Montevideo, al que él mismo asignó un rol eminente sabiendo que representaba al sector de los propietarios, reflejan su firme pero prudente relación con la elite y las reticencias de esta ante las medidas más radicales. Dada la necesidad de repoblar y poner en producción los campos asolados por la guerra, el Protector instó al Cabildo a emplazar a los hacendados a hacerlo so pena de poner las tierras en otras manos, ante lo cual, tras algunas dilaciones, aquél emitió un bando sin poner plazo y omitiendo las sanciones. Días después Artigas dictó personalmente el Reglamento de Tierras en 1815. Si bien antes había otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de los adversarios de la revolución, ahora se trataba de establecer un nuevo orden rural, recuperar la ganadería, poblar y distribuir la propiedad con el criterio de que "los más infelices sean los más privilegiados". Las tierras no ocupadas y las confiscadas a "los malos europeos y peores americanos" debían repartirse en suertes de estancias a los solicitantes, con carácter de donación, dando preferencia a los negros libres, los zambos, indios y criollos pobres.
En el mismo Reglamento se preveía la aprehensión de vagos para remitirlos al servicio de las armas, y la papeleta que los patrones debían dar a sus peones. Esta era la política habitual de control de los gauchos, pero en un marco diferente, en el que la obligación de trabajar iba aparejada a la posibilidad de adquirir la tierra. En circunstancias en que urgía regenerar la explotación del campo y se compelía a los estancieros a producir, era razonable exigir una ocupación regular de los proletarios rurales.
La aplicación del Reglamento, resistida y demorada por el Cabildo, afectaba una enorme extensión territorial y fue por cierto conflictiva. Estaban en juego los intereses de grande latifundistas, incluso porteños. La independencia, como todas las revoluciones, había engendrado un alzamiento popular que se tornaba amenazante para los viejos y nuevos grupos dirigentes, y el director Pueyrredón acordó consentir la invasión portuguesa a la Banda Oriental para liquidar ese peligro.
Debilitado en la relación de fuerzas, la inflexibilidad de Artigas lo perdió. La política de transacción no era lo suyo. Acudió por fin al asilo del dictador Francia, quien le había llamado no menos que "caudillo de bandidos", creyendo que podrían coincidir contra el centralismo porteño o esperando tal vez un cambio de gobierno. Al morir el Supremo en 1840, detuvieron preventivamente "al bandido Artigas" pues algunos lo querían como sucesor, a pesar de su avanzada edad. Más tarde Carlos Antonio López le brindó una amplia reparación.
En definitiva hay que aceptar que las diatribas de sus adversarios se fundaban en parte de la verdad: Artigas fue en su juventud un bandido. Pero no un delincuente común, sino uno de los casos excepcionales que Hobsbawm caracteriza como bandoleros sociales. Desde esta perspectiva es posible entender la profunda coherencia de su solidaridad con las clases pobres del campo. En su misma época de rebelde se había marginado de la ley convirtiéndose en un héroe legendario entre los gauchos, los indígenas y los demás paisanos que defendían su medio de vida tradicional, y el pacto con el soberano no implicó que mudara de bando. En realidad adquirió así reconocimiento formal como jefe de un cuerpo de ex forajidos, administrador de justicia y "regenerador" de indios y malvivientes, consolidando su ascendiente patriarcal en la campaña; lo cual chocaba con la ortodoxia militar y, más que una fractura, implicaba una continuidad en su rol de líder gaucho. Seguramente, además, aquella experiencia le permitió ver los problemas rurales desde el punto de vista del orden general. Pero sólo la revolución le ofreció, al fin, la oportunidad trascendente de dirigir a su pueblo más allá de los objetivos reparadores tradicionales, con una visión estratégica sobre los problemas de la fundación del Estado, la producción del campo y la integración de la nueva sociedad emergente. En la guerra utilizó los recursos del arte militar que tuvo disponibles, los combinó con la agitación insurreccional y aprovechó sus conocimientos de baqueanos y conductor de aquellas partidas de jinetes para organizar la lucha guerrillera.
El movimiento artiguista fue una expresión radical de la revolución, apoyada en la movilización de las montoneras. Si éstas, según vio Sarmiento, representaban la insumisión de la campaña ante la ciudad, hay que advertir que en el siglo XIX ello equivalía al alzamiento de la mayoría de la población -los productores directos, los estratos subordinados y algunos grupos más o menos marginales- frente al poder de las elites terratenientes y comerciales, que con demasiada frecuencia antepusieron sus intereses a los del proyecto revolucionario proclamado como causa común.
Las montoneras surgieron en cierto modo de las bandas de gauchos y existe por lo tanto una vinculación con el bandolerismo, pero resulta equívoco homologar ambos fenómenos. Las guerrillas federales contenían un grado de dirección y motivación política cualitativamente superior a lo que se entiende por bandolerismo. Las estrechas relaciones entre gauchos, bandidos y caudillos que hemos subrayado plantean cuestiones significativas que deben ser aún profundizadas, pero no se pueden confundir los términos según la dialéctica de batalla de Sarmiento. Hay que tener en cuenta que los caudillos gauchos, aunque algunos hubieran sido bandoleros, fueron jefes políticos y militares; el federalismo era un proyecto de organización del Estado; y las montoneras, aunque reclutaran matreros, indios o bandidos, fueron formas de rebelión y lucha social, orientadas bien o mal por sus líderes hacia aquella causa. De cualquier manera, los sucesivos alzamientos montoneros configuran un asunto demasiado complejo como para generalizar las conclusiones a hechos que exceden el foco de este artículo.
En los estudios recientes sobre la historia latinoamericana que reúne la compilación de Slatta, resulta notable que las tesis sobre el bandolerismo reproduzcan dilemas análogos a los que dividieron aguas en la historiografía rioplatense del siglo XIX. Acerca de las reacciones u opciones violentas de los sectores populares, la visión hobsbawmiana se inclina a reconocerles una racionalidad social, mientras que los refutadores tienden a descalificarlas como pillaje. La misma cuestión atraviesa la problemática historiográfica en nuestro país como materia de debate, las visiones de la clase de la época de las guerras civiles siguen reflejándose en el terreno de la investigación al tratar el sentido de aquellos sucesos. Cabe pensar sin embargo que -al menos en ese plano- algo hemos progresado en estos dos siglos, y el caso Artigas y las montoneras nos desafía a actualizar la interpretación de la participación popular en la revolución americana.
Fuente:
Publicado en revista Todo es Historia N° 356, Buenos Aires, marzo de 1997
Convocar a los gauchos -"los vagos, impropietarios y malvados" según el libelo de Cavia- implicaba riesgos. Los documentos muestran a Artigas empeñado en la organización militar y actuando con mano dura para imponer disciplina. Durante el "éxodo" por la costa del Uruguay, seguido por miles de pobladores, hizo juzgar y fusilar en el campamento del Quebracho a tres "malevos" convictos de robos y violencias, y el 1° de Diciembre de 1811 dirigió un bando a sus fuerzas: "si aún queda alguno mezclado entre vosotros que no abrigue sentimientos de honor, patriotismo y humanidad, que huya lejos del ejército que deshonra y en el que será de hoy en más escrupulosamente perseguido".
A fines de 1811Artigas convocó también a los "indios bravos", utilizando como emisario al caciquillo Manuel. Desde entonces varias tribus charrúas acompañaron su ejército o actuaron como aliados, permitiéndole controlarla campaña. No sólo le sirvieron de espías y lo auxiliaron para obtener abastecimientos, sino que hostilizaron a los portugueses e incluso reforzaron a las formaciones de combate frontal, sufriendo graves pérdidas. A pesar del tratado que suspendía la guerra, en diciembre de 1811 Artigas deshizo una columna invasora en Belén sorprendiéndolos con una fuerza de mixta de 500 blandengues y 450 indios.
En la guerrilla montonera, Artigas mezcló las astucias de baqueano y bandolero con las técnicas políticas revolucionarias. Sus hostilidades con Sarratea durante el sitio de Montevideo, en 1812, comenzaron cortándole los auxilios de Buenos Aires, le hizo escasear los abastecimientos en las estancias y al fin aplicó su golpe infalible: le sustrajo en dos noches cerca de 4.000 caballos y bueyes, dejándolo inmovilizado frente a la ciudad. Su antiguo superior Viana, al servicio del Directorio porteño, aconsejaba al coronel Moldes precaverse de Artigas y le advertía cuál era sus táctica: primero, hacer propaganda con "papeles" o panfletos; segundo, alejar las haciendas del lugar donde se sitúa el adversario; tercero, despojarle de las caballadas.
La conducción de Artigas, basada en su autoridad carismática sobre los paisanos, se mantuvo localizada en el campo. Saint-Hilaire afirma que tenía "las mismas costumbres de los indios, cabalgaba tan bien como ellos, viviendo del mismo modo y vistiendo en extrema simplicidad". Cavia señala "el aparente desprendimiento de este hombre, la simplicidad de su vestido y la identidad de sentimientos, usos y modales con muchas gentes de las que le rodean" y observa que "siempre ha permanecido en campaña". Sarmiento apuntó también ese rasgo de su carácter: "no frecuentó ciudades nunca". En 1815, la capital de Protectorado que estableció Artigas en alianza con varios gobernantes provinciales, se situó a distancia de Montevideo y cerca de Arerunguá. Los visitantes se asombraban de la austeridad del cuartel general de "La Purificación", donde imperaban las costumbres de los gauchos.
Dada la escasez de recursos con que se desarrollaron aquellas campañas, era inevitable que las partidas irregulares de gauchos cobraran su recompensa con el eventual botín, y seguramente hubo episodios de bandolerismo oportunista en medio del desorden de la guerra. En 1815 se levantaron muchas protestas contra las "partidas sueltas" que avanzaban contra el ganado con y sin dueño para faenarlo, ante lo cual el Protector reclamó orden, pero sobre todo mayores controles del comercio montevideano de animales y cueros mal habidos. En realidad los despojos confiscaciones en el campo habían comenzado en 1811, contra los patriotas desafectos al gobierno español, continuaron con la invasión portuguesa -incluso en perjuicio de hacendados realistas- y luego por las fuerzas de Buenos Aires, diezmando los ganados y destruyendo estancias y poblaciones.
El saqueo del enemigo y las exacciones para abastecerse eran práctica usual en la época por cualquier fuerza armada: no sólo en el caso de las explícitas patentes de corso que premiaban con las mercaderías de las "presas" a los corsarios, sino también por los ejércitos regulares, americanos o europeos. Hay innumerables testimonios sobre los hechos de rapiña que ejecutaban los cuerpos militares, de manera espontánea y por expresas órdenes de los jefes, en la Banda Oriental como en todo el escenario de las guerras externas e internas.
Hobsbawm distingue una "forma superior" de bandolerismo social, el de los haiduks, grandes grupos de jinetes salteadores que en Hungría y los Balcanes constituyeron focos permanentes de guerrillas, apoyados en sus comunidades, contra la dominación de las potencias invasoras. Algunas bandas de gauchos, así como las montoneras indígenas, presentaban rasgos semejantes, en la medida en que su condición marginal era más acentuada y en tanto mantenían sus jefaturas tradicionales. Resulta diferente sin embargo el caso de las partidas de jinetes criollos que fueron reunidas para guerrear por la revolución. Es evidente que su acción adquirió connotaciones de lucha social y de revancha contra la clase alta, como señalaron Sarmiento y Paz. Pero en tanto fueron organizadas y conducidas por caudillos político-militares como Artigas, no diferían demasiado de los cuerpos de milicia de la época.
Otras figuras de bandoleros
Entre los comandantes de Artigas había gauchos, indios y ex bandidos que cumplieron roles descollantes. A Pedro Amigo se lo ha caracterizado como "caudillo de extracción bandolera". A José García de Culta, quien en 1812 inició el sitio de Montevideo al frente de una partida de irregulares, se le reprochó haberse convertido en salteador, aunque luego se reintegró a la disciplina militar. Encarnación Benitez fue otro gaucho indomable de turbio origen que acostumbraba a hacer justicia por mano propia. A veces el comportamientos de estos hombres y de algunos caciques indígenas fue motivo de protestas, obligando al Protector a intervenir para pedirles cuentas y reconvenirlos, aunque los defendió de cargos injustos y a menudo les dio la razón. En 1815 el Cabildo imputaba al "Pardo" Encarnación haber esparcido "hasta cinco partidas" para hacer estragos -lo cual Artigas consideró exagerado, pues sólo mandaba doce hombres- y, entre otros crímenes, "distribuir ganados y tierras a su arbitrio".
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Andres Guacurarí Artigas, "Andresito" |
En 1818 el Protector envió a Andresito a sofocar el golpe disidente en Corrientes que había depuesto al gobernador aliado, Juan Bautista Méndez. Andresito marchó con un millar de hombres, aplastó a las tropas que lo enfrentaron, repuso a Méndez en el gobierno civil y desempeñó la gobernación militar durante siete meses. A pesar del escándalo que suponía esa intrusión en las "hordas" de la periferia aborigen en los asuntos públicos locales, que hasta entonces se habían resuelto en el seno de la clase principal de la ciudad, el comportamiento de los ocupantes no parece haber sido tan bárbaro como se temía, según ilustran las crónicas del período.
El irlandés Pedro Campbell, que acompañó a Andresito a Corrientes y lo apoyó con su flotilla del Paraná, era otro personaje excepcional sumado a la revolución. Así como se había hecho jinete y baqueano en las pampas, sirviendo a Artigas se convirtió en navegante y corsario. A la par de otros aventureros de diverso origen, fue uno de los principales ejecutores de la estrategia de la guerra fluvial contra porteños españoles y portugueses. Las tripulaciones que comandó Campbell conformaban una suerte de montonera de gauchos e indios que se lanzaban al abordaje de las naves rivales, y ciertamente aquellas acciones recompensadas con el botín tenían gran analogía con la lucha de las partidas guerrilleras de jinetes.
La utopía igualitaria
Una preocupación constante de Artigas en sus roles de bandolero, gendarme revolucionario fue impartir justicia con un sentido igualitario. "No hay que invertir el orden de la justicia; (hay que) mirar por los infieles y no desampararlos sin más delito que su miseria" -le recomendaba al gobernador de Corrientes, expresando su desdén por los privilegios aristocráticos-; "olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna". Con relación a los pueblos indios, en sus instrucciones para que "se gobiernen por si" eligiendo sus propios administradores, le recordaba al gobernador "que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para nosotros" mantenerlo excluidos "por ser indianos".
Artigas asumió de manera integral los principios liberales y republicanos de la emancipación, que las elites aceptaban con muchas reservas. En su modo de ver seguramente influían las costumbres de las pampas y las antiguas tradiciones milenaristas, más que la lectura de Russeau. El orgullo de hombres libres de los gauchos era congruente con la orientación democrática de la revolución, como afirmaban Mitre y López. Escuchando a otros hombres más instruidos, interesándose por conocer el sistema federal norteamericano, Artigas expresó una síntesis del sentido común popular con las doctrinas progresistas de su tiempo y reclamó fundar el poder político en los derechos de representación de los individuos y de las regiones, todos en pié de igualdad.
Esto es notable en las acciones de gobierno que impulsó, y en particular de su famoso plan agrario. Las comunicaciones del Protector con el Cabildo de Montevideo, al que él mismo asignó un rol eminente sabiendo que representaba al sector de los propietarios, reflejan su firme pero prudente relación con la elite y las reticencias de esta ante las medidas más radicales. Dada la necesidad de repoblar y poner en producción los campos asolados por la guerra, el Protector instó al Cabildo a emplazar a los hacendados a hacerlo so pena de poner las tierras en otras manos, ante lo cual, tras algunas dilaciones, aquél emitió un bando sin poner plazo y omitiendo las sanciones. Días después Artigas dictó personalmente el Reglamento de Tierras en 1815. Si bien antes había otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de los adversarios de la revolución, ahora se trataba de establecer un nuevo orden rural, recuperar la ganadería, poblar y distribuir la propiedad con el criterio de que "los más infelices sean los más privilegiados". Las tierras no ocupadas y las confiscadas a "los malos europeos y peores americanos" debían repartirse en suertes de estancias a los solicitantes, con carácter de donación, dando preferencia a los negros libres, los zambos, indios y criollos pobres.
En el mismo Reglamento se preveía la aprehensión de vagos para remitirlos al servicio de las armas, y la papeleta que los patrones debían dar a sus peones. Esta era la política habitual de control de los gauchos, pero en un marco diferente, en el que la obligación de trabajar iba aparejada a la posibilidad de adquirir la tierra. En circunstancias en que urgía regenerar la explotación del campo y se compelía a los estancieros a producir, era razonable exigir una ocupación regular de los proletarios rurales.
La aplicación del Reglamento, resistida y demorada por el Cabildo, afectaba una enorme extensión territorial y fue por cierto conflictiva. Estaban en juego los intereses de grande latifundistas, incluso porteños. La independencia, como todas las revoluciones, había engendrado un alzamiento popular que se tornaba amenazante para los viejos y nuevos grupos dirigentes, y el director Pueyrredón acordó consentir la invasión portuguesa a la Banda Oriental para liquidar ese peligro.
Debilitado en la relación de fuerzas, la inflexibilidad de Artigas lo perdió. La política de transacción no era lo suyo. Acudió por fin al asilo del dictador Francia, quien le había llamado no menos que "caudillo de bandidos", creyendo que podrían coincidir contra el centralismo porteño o esperando tal vez un cambio de gobierno. Al morir el Supremo en 1840, detuvieron preventivamente "al bandido Artigas" pues algunos lo querían como sucesor, a pesar de su avanzada edad. Más tarde Carlos Antonio López le brindó una amplia reparación.
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En definitiva hay que aceptar que las diatribas de sus adversarios se fundaban en parte de la verdad: Artigas fue en su juventud un bandido. Pero no un delincuente común, sino uno de los casos excepcionales que Hobsbawm caracteriza como bandoleros sociales. Desde esta perspectiva es posible entender la profunda coherencia de su solidaridad con las clases pobres del campo. En su misma época de rebelde se había marginado de la ley convirtiéndose en un héroe legendario entre los gauchos, los indígenas y los demás paisanos que defendían su medio de vida tradicional, y el pacto con el soberano no implicó que mudara de bando. En realidad adquirió así reconocimiento formal como jefe de un cuerpo de ex forajidos, administrador de justicia y "regenerador" de indios y malvivientes, consolidando su ascendiente patriarcal en la campaña; lo cual chocaba con la ortodoxia militar y, más que una fractura, implicaba una continuidad en su rol de líder gaucho. Seguramente, además, aquella experiencia le permitió ver los problemas rurales desde el punto de vista del orden general. Pero sólo la revolución le ofreció, al fin, la oportunidad trascendente de dirigir a su pueblo más allá de los objetivos reparadores tradicionales, con una visión estratégica sobre los problemas de la fundación del Estado, la producción del campo y la integración de la nueva sociedad emergente. En la guerra utilizó los recursos del arte militar que tuvo disponibles, los combinó con la agitación insurreccional y aprovechó sus conocimientos de baqueanos y conductor de aquellas partidas de jinetes para organizar la lucha guerrillera.
El movimiento artiguista fue una expresión radical de la revolución, apoyada en la movilización de las montoneras. Si éstas, según vio Sarmiento, representaban la insumisión de la campaña ante la ciudad, hay que advertir que en el siglo XIX ello equivalía al alzamiento de la mayoría de la población -los productores directos, los estratos subordinados y algunos grupos más o menos marginales- frente al poder de las elites terratenientes y comerciales, que con demasiada frecuencia antepusieron sus intereses a los del proyecto revolucionario proclamado como causa común.
Las montoneras surgieron en cierto modo de las bandas de gauchos y existe por lo tanto una vinculación con el bandolerismo, pero resulta equívoco homologar ambos fenómenos. Las guerrillas federales contenían un grado de dirección y motivación política cualitativamente superior a lo que se entiende por bandolerismo. Las estrechas relaciones entre gauchos, bandidos y caudillos que hemos subrayado plantean cuestiones significativas que deben ser aún profundizadas, pero no se pueden confundir los términos según la dialéctica de batalla de Sarmiento. Hay que tener en cuenta que los caudillos gauchos, aunque algunos hubieran sido bandoleros, fueron jefes políticos y militares; el federalismo era un proyecto de organización del Estado; y las montoneras, aunque reclutaran matreros, indios o bandidos, fueron formas de rebelión y lucha social, orientadas bien o mal por sus líderes hacia aquella causa. De cualquier manera, los sucesivos alzamientos montoneros configuran un asunto demasiado complejo como para generalizar las conclusiones a hechos que exceden el foco de este artículo.
En los estudios recientes sobre la historia latinoamericana que reúne la compilación de Slatta, resulta notable que las tesis sobre el bandolerismo reproduzcan dilemas análogos a los que dividieron aguas en la historiografía rioplatense del siglo XIX. Acerca de las reacciones u opciones violentas de los sectores populares, la visión hobsbawmiana se inclina a reconocerles una racionalidad social, mientras que los refutadores tienden a descalificarlas como pillaje. La misma cuestión atraviesa la problemática historiográfica en nuestro país como materia de debate, las visiones de la clase de la época de las guerras civiles siguen reflejándose en el terreno de la investigación al tratar el sentido de aquellos sucesos. Cabe pensar sin embargo que -al menos en ese plano- algo hemos progresado en estos dos siglos, y el caso Artigas y las montoneras nos desafía a actualizar la interpretación de la participación popular en la revolución americana.
Fuente:
Publicado en revista Todo es Historia N° 356, Buenos Aires, marzo de 1997
Imágenes:
http://www.revisionistas.com.ar/?p=7678
http://apuntesmilitantes.blogspot.com.ar/2007/05/las-montoneras-federales.html
http://www.lagazeta.com.ar/andresito.htm
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